Y como me pongo de los nervios cada vez que aparece un cliente, no reparo en uno hasta que lo tengo justo delante.
—¡Paul!
—Hola, Meg —me sonríe.
—¿Cómo me has encontrado? —pregunto sorprendida para luego añadir—: ¿Me has buscado? ¿O esto es una coincidencia? —Por favor, que no sea lo último. Me moriría de la vergüenza.
—John me dijo que estabas aquí.
—¿Así que fue John, eh?
—Sí —contesta con tranquilidad.
—¿Qué haces aquí? —pregunto, esperando no sonar demasiado brusca. Se remueve un tanto incómodo antes de contestar.
—Quería ver... quería ver si estabas bien.
Por el rabillo del ojo veo a mi jefe.
—¿Qué le traigo? —le pregunto al tiempo que saco la libreta—. Mi jefe me está mirando —le digo moviendo solo los labios.
—Ah, vale. Sí —dice, mirando la carta—. Tomaré el... hum, ¿qué está bueno aquí?
—Yo le recomiendo el pollo asado. Las patatas están riquísimas.
—Bueno, creo que voy a tomar solo un café. —Cierra la carta y extiendo la mano para que me la devuelva—. ¿Podemos hablar después?
—Intentaré volver cuando haya salido a fumar —susurro.
Media hora después, como prometí, vuelvo a ver a Paul.
—Bueno, ¿y qué tal te va? Ya veo que ahora trabajas aquí. ¿Dónde vives?
—Con mi amiga Bess —le contesto—. En su sofá. ¿La recuerdas? La conociste después de un concierto.
—Es verdad —dice.
—Pero tengo que salir de allí —continúo—. De hecho, he comenzado a buscar piso, así que si sabes de alguno...
Asiente con la cabeza, pensativo...
—Perdona, no paro de hablar. ¿Y qué pasa contigo? ¿Qué es de tu vida?
En ese momento mi jefe vuelve a la sala. Lo miro y me pongo tensa inmediatamente.
—¿Ya ha vuelto tu jefe? —pregunta Paul.
—Ajá.
—Oye, yo me tengo que ir. Tengo una reunión. —Arquea las cejas, haciendo como que se da importancia—. Pero quería saber si podríamos quedar para cenar una noche de estas.
—¿Para cenar?
—Sí, ya sabes, y ponernos al día. Para ver cómo estas... —añade.
—Sí, claro —contesto incómoda. No quiero que se haga ilusiones.
—¿Cuándo estas libre? —pregunta impasible.
—Mañana por la noche no trabajo.
—Perfecto. ¿Dónde vives? ¿Quieres que vayamos a un sitio cerca de tu casa?
—En Liverpool Bridge, pero no me importa desplazarme. ¿Dónde estás tú? — pregunto interesada.
—Al norte de la ciudad.
—Quería ver... quería ver si estabas bien.
Por el rabillo del ojo veo a mi jefe.
—¿Qué le traigo? —le pregunto al tiempo que saco la libreta—. Mi jefe me está mirando —le digo moviendo solo los labios.
—Ah, vale. Sí —dice, mirando la carta—. Tomaré el... hum, ¿qué está bueno aquí?
—Yo le recomiendo el pollo asado. Las patatas están riquísimas.
—Bueno, creo que voy a tomar solo un café. —Cierra la carta y extiendo la mano para que me la devuelva—. ¿Podemos hablar después?
—Intentaré volver cuando haya salido a fumar —susurro.
Media hora después, como prometí, vuelvo a ver a Paul.
—Bueno, ¿y qué tal te va? Ya veo que ahora trabajas aquí. ¿Dónde vives?
—Con mi amiga Bess —le contesto—. En su sofá. ¿La recuerdas? La conociste después de un concierto.
—Es verdad —dice.
—Pero tengo que salir de allí —continúo—. De hecho, he comenzado a buscar piso, así que si sabes de alguno...
Asiente con la cabeza, pensativo...
—Perdona, no paro de hablar. ¿Y qué pasa contigo? ¿Qué es de tu vida?
En ese momento mi jefe vuelve a la sala. Lo miro y me pongo tensa inmediatamente.
—¿Ya ha vuelto tu jefe? —pregunta Paul.
—Ajá.
—Oye, yo me tengo que ir. Tengo una reunión. —Arquea las cejas, haciendo como que se da importancia—. Pero quería saber si podríamos quedar para cenar una noche de estas.
—¿Para cenar?
—Sí, ya sabes, y ponernos al día. Para ver cómo estas... —añade.
—Sí, claro —contesto incómoda. No quiero que se haga ilusiones.
—¿Cuándo estas libre? —pregunta impasible.
—Mañana por la noche no trabajo.
—Perfecto. ¿Dónde vives? ¿Quieres que vayamos a un sitio cerca de tu casa?
—En Liverpool Bridge, pero no me importa desplazarme. ¿Dónde estás tú? — pregunto interesada.
—Al norte de la ciudad.
—¿Y si quedamos en el centro? —Sonrío—. ¿El bar Wallace? —¿A las ocho?
—Hecho.
Paul se levanta y deja el dinero sobre la mesa.
—Ah, y te he traído una cosa. —Me ofrece una bolsa de papel—. No es nada — añade rápidamente—. Ábrela cuando tu jefe no mire —me susurra disimuladamente.
—Ah, y te he traído una cosa. —Me ofrece una bolsa de papel—. No es nada — añade rápidamente—. Ábrela cuando tu jefe no mire —me susurra disimuladamente.
—Eh, vale, ¡hasta mañana!
Abro la bolsa cuando ya se ha ido y no puedo evitar una carcajada. Está llena de chucherías.
—¿Sabe John que estamos cenando juntos? —pregunto a Paul lanzándole una mirada inquisitiva desde el otro lado de la mesa. Él se reclina sobre el respaldo de su silla.
—No —dice cortante—. ¿Quieres que se lo cuente?
Me rasco la cabeza.
—No. No lo sé.
—No. No lo sé.
—Desde la última vez que nos vimos no he hablado mucho con él.
—¿Tras aquella noche?—pregunto—.
—Sí —contesta, tamborileando con los dedos sobre la mesa.
—Sí —contesta, tamborileando con los dedos sobre la mesa.
—Vaya, lo siento —digo.
—¿El qué? —me mira confuso.
—Que lo mío los haya distanciado.
—No seas tonta, Meg. No ha cambiado nada. Nada. Estaremos como siempre la próxima vez que nos veamos. No, es que he estado muy ocupado escribiendo y no he tenido tiempo para nadie. Bueno, excepto para ti —añade.
Le sonrío, ya no me siento incómoda. De hecho, en estos momentos no podría estar más a gusto.
—Mierda —masculla de repente.
—No seas tonta, Meg. No ha cambiado nada. Nada. Estaremos como siempre la próxima vez que nos veamos. No, es que he estado muy ocupado escribiendo y no he tenido tiempo para nadie. Bueno, excepto para ti —añade.
Le sonrío, ya no me siento incómoda. De hecho, en estos momentos no podría estar más a gusto.
—Mierda —masculla de repente.
—¿Qué?
Mira de reojo a un lado.
—Mi ex acaba de entrar.
Sigo su mirada y veo a una pelirroja curvilínea con el pelo ondulado que habla con el camarero. Está con un hombre de piel aceituna y anchas espaldas.
—¿Estás bien? —pregunto a Paul. Él asiente, pero veo que no es cierto.
—¿Lo hacemos?
Me sonríe, sabe exactamente a lo que me refiero.
—Si.
Extiendo la mano sobre la mesa y acaricio la suya. Los dos nos inclinamos hacia delante mirándonos a los ojos como dos enamorados.
—Paul —le digo—, muchas gracias por el regalo. Ha sido un detallazo.
Me sonríe con cariño. Hace lo que puede por no reír.
—Meg, era lo menos que podía hacer. —Extiende el brazo y me acaricia la comisura de los labios—. Tienes un poco de kétchup...
—¿Ah, sí? —me río y tomo mi servilleta.
—¡Jane! ¡Hola! —le oigo decir de repente. Luego alzo la vista y veo a su ex de pie, junto a nuestra mesa.
Le sonrío.
Ella me mira y me dedica una sonrisa heladora.
—Hola, Paul.
—Jane —dice, con cariño—, esta es Meg. Meg, Jane.
—Mi ex acaba de entrar.
Sigo su mirada y veo a una pelirroja curvilínea con el pelo ondulado que habla con el camarero. Está con un hombre de piel aceituna y anchas espaldas.
—¿Estás bien? —pregunto a Paul. Él asiente, pero veo que no es cierto.
—¿Lo hacemos?
Me sonríe, sabe exactamente a lo que me refiero.
—Si.
Extiendo la mano sobre la mesa y acaricio la suya. Los dos nos inclinamos hacia delante mirándonos a los ojos como dos enamorados.
—Paul —le digo—, muchas gracias por el regalo. Ha sido un detallazo.
Me sonríe con cariño. Hace lo que puede por no reír.
—Meg, era lo menos que podía hacer. —Extiende el brazo y me acaricia la comisura de los labios—. Tienes un poco de kétchup...
—¿Ah, sí? —me río y tomo mi servilleta.
—¡Jane! ¡Hola! —le oigo decir de repente. Luego alzo la vista y veo a su ex de pie, junto a nuestra mesa.
Le sonrío.
Ella me mira y me dedica una sonrisa heladora.
—Hola, Paul.
—Jane —dice, con cariño—, esta es Meg. Meg, Jane.
—¡Encantada de conocerte! —exclamo mientras le estrecho la mano. La tiene helada.
—Hola. —Parece sorprendida—. Este es Boris.
—Hola —dice Paul alegre y se estrechan la mano.
—Hemos venido a cenar algo —dice Jane.
—Vaya, ¡qué coincidencia! ¡Nosotros también! —contesta Paul tan entusiasmado que le doy una patada bajo la mesa. No sobre actúes, hombre.
—Les recomiendo las hamburguesas —dice. Jane lo mira con arrogancia.
—Soy vegetariana, ¿recuerdas?
Paul ríe.
—Ah, mierda, perdona. Es verdad. Bueno, pues que disfrutes de la cena —dice— . Tú también —le sonríe a Boris, que hasta el momento no ha dicho nada.
Boris asiente y rodea con su brazo la cintura de Jane para guiarla hacia la mesa donde su camarero los espera pacientemente con las cartas. Paul los mira alejarse.
—Paul —digo con firmeza.
—¿Hum? —contesta distraído.
—Mírame o se van a dar cuenta del engaño.
—Es verdad, sí, bien. —Se fija de nuevo en mí. Flexiona los dedos y toma su cuchillo y su tenedor para volver a dejarlos sobre la mesa.
—¿No habrás perdido el apetito, verdad? —pregunto preocupada.
—Ah, mierda, perdona. Es verdad. Bueno, pues que disfrutes de la cena —dice— . Tú también —le sonríe a Boris, que hasta el momento no ha dicho nada.
Boris asiente y rodea con su brazo la cintura de Jane para guiarla hacia la mesa donde su camarero los espera pacientemente con las cartas. Paul los mira alejarse.
—Paul —digo con firmeza.
—¿Hum? —contesta distraído.
—Mírame o se van a dar cuenta del engaño.
—Es verdad, sí, bien. —Se fija de nuevo en mí. Flexiona los dedos y toma su cuchillo y su tenedor para volver a dejarlos sobre la mesa.
—¿No habrás perdido el apetito, verdad? —pregunto preocupada.
Respira hondo.
—Un poco, sí —contesta.
—Un poco, sí —contesta.
Frunzo los labios.
—¿Quieres que nos vayamos? Aquí tienen buenos postres... —intento tentarlo.
—O podríamos comprar unos helados en Leicester. —sugiere.
—¿Helado? ¿Con este tiempo? —pregunto, pero al momento me golpeo con la mano en la frente—. Perdona, por un momento había olvidado con quién hablo. Sí, vamos.
—Ha sido un poco raro —dice un rato después, tras haber salido del restaurante tomados de la mano.
Le froto el brazo.
—¿Estás bien?
—¿Quieres que nos vayamos? Aquí tienen buenos postres... —intento tentarlo.
—O podríamos comprar unos helados en Leicester. —sugiere.
—¿Helado? ¿Con este tiempo? —pregunto, pero al momento me golpeo con la mano en la frente—. Perdona, por un momento había olvidado con quién hablo. Sí, vamos.
—Ha sido un poco raro —dice un rato después, tras haber salido del restaurante tomados de la mano.
Le froto el brazo.
—¿Estás bien?
—Sí —dice.
—¿De verdad se te había olvidado que era vegetariana? —pregunto.
—No. —Sacude la cabeza y me sonríe.
—Oh... muy buena —digo, impresionada.
—Gracias. —Todavía sonriendo añade—: Por cierto, gracias. Ha estado genial.
—Bueno, tú harías lo mismo por mí —digo sonriendo y pensando en mi ex, Tom. Pero de repente, me acuerdo de John y la sonrisa desaparece de mi cara justo cuando Paul me mira.
—¿Y dónde quieres vivir? —cambia de tema.
—Pues no lo sé —contesto—. Me da igual, la verdad. Mientras no esté muy lejos del trabajo.
—¿Piensas seguir trabajando allí?
—Sí —contesto un poco a la defensiva.
—¿De verdad te ofreció Isla Montagne ser su asistente personal? —Me mira de reojo.
—Sí, me lo ofreció. —Sonrío—. Según parece John le dijo que era buena en lo mío. —Pongo los ojos en blanco como si no me lo creyera.
—Bueno, es que es verdad —dice Paul—. Al menos, mucho mejor que Paola —dice, repitiendo la broma que me gasto durante la gira.
—¿En todos los sentidos? —pregunto antes de taparme la boca con una mano—. Perdón, ese comentario está fuera de lugar.
Él se ríe, pero no dice nada.
Mucho después, después de los helados, de pasear un rato, tomarnos un café y no parar de hablar, Paul y yo nos encontramos en el corazón de la ciudad, punto medio para partir cada quien a casa.
—¿Sabes qué? —me dice—. Tengo una habitación de sobra, si la quieres.
—Oh... muy buena —digo, impresionada.
—Gracias. —Todavía sonriendo añade—: Por cierto, gracias. Ha estado genial.
—Bueno, tú harías lo mismo por mí —digo sonriendo y pensando en mi ex, Tom. Pero de repente, me acuerdo de John y la sonrisa desaparece de mi cara justo cuando Paul me mira.
—¿Y dónde quieres vivir? —cambia de tema.
—Pues no lo sé —contesto—. Me da igual, la verdad. Mientras no esté muy lejos del trabajo.
—¿Piensas seguir trabajando allí?
—Sí —contesto un poco a la defensiva.
—¿De verdad te ofreció Isla Montagne ser su asistente personal? —Me mira de reojo.
—Sí, me lo ofreció. —Sonrío—. Según parece John le dijo que era buena en lo mío. —Pongo los ojos en blanco como si no me lo creyera.
—Bueno, es que es verdad —dice Paul—. Al menos, mucho mejor que Paola —dice, repitiendo la broma que me gasto durante la gira.
—¿En todos los sentidos? —pregunto antes de taparme la boca con una mano—. Perdón, ese comentario está fuera de lugar.
Él se ríe, pero no dice nada.
Mucho después, después de los helados, de pasear un rato, tomarnos un café y no parar de hablar, Paul y yo nos encontramos en el corazón de la ciudad, punto medio para partir cada quien a casa.
—¿Sabes qué? —me dice—. Tengo una habitación de sobra, si la quieres.
—Eh, ¿de verdad? —pregunto sorprendida.
—Sí.
—¿La pensabas alquilar? —quiero saber.
—No —admite—, pero si eres tan buena compañera de piso como asistente personal, no me puedo equivocar.
—Bueno, ahí tendrías que pedirle referencias a Bess —contesto y luego añado—: Aunque mejor no lo hagas. He dejado el cuarto de estar hecho una pocilga. Oh... eso me lo tendría que haber callado, ¿no?
Se ríe.
—¿Por qué no te pasas a tomar un té y la ves?
—No —admite—, pero si eres tan buena compañera de piso como asistente personal, no me puedo equivocar.
—Bueno, ahí tendrías que pedirle referencias a Bess —contesto y luego añado—: Aunque mejor no lo hagas. He dejado el cuarto de estar hecho una pocilga. Oh... eso me lo tendría que haber callado, ¿no?
Se ríe.
—¿Por qué no te pasas a tomar un té y la ves?
—Claro, ¿cuándo?
—¿Tienes algún rato libre este fin de semana?
Escribe su dirección en un papel justo cuando un taxi aparece detrás de mi.
—¡Es el mío! —digo. Tomo el papel y le doy un beso en la mejilla. —Hasta luego, Megan —dice y me sonríe.
El piso de Paul es alucinante. Es un dúplex y está en un gran edificio blanco estilo georgiano. En el piso de abajo están el cuarto de estar con un gran ventanal que da a la parte delantera, y la cocina y el comedor que dan a la parte de atrás, con puertas francesas que se abren a un pequeño jardín. Arriba hay dos dormitorios, un gran baño y un pequeño despacho.
—Es muy bonito —digo por decimoquinta vez.
—He tenido suerte con mis compras — Me sonríe.
—¿Qué te parece? ¿Te la quedas?
—Me encantaría, pero ¿estás seguro? Si nunca has alquilado un cuarto antes... ¿No quieres tener tu propio espacio?
—Olvidas que antes vivía con mi novia —dice—, y la verdad, no me gusta estar solo. Prefiero tener compañía.
—Y yo. —sonrío—. He pensado en comprarme un estudio, pero creo que me sentiría muy sola.
Me pregunta cuánto pagaba por el cuarto en casa de Bess y acordamos la mensualidad, sin incluir los gastos. Luego entra en la cocina y pone la tetera al fuego. Yo me acerco a las puertas francesas y contemplo el desnudo jardín invernal. Está muy limpio y recogido. Seguro que en primavera se pone precioso. Siento una oleada de felicidad al pensar que estaré ahí para verlo.
—¿Sales mucho al jardín? —pregunto, después de tomar la taza que me ofrece.
—Sí, la verdad. Me gustan mucho las plantas. ¿Y a ti?
—Desde que vine a vivir a Liverpool no he tenido jardín, pero sí, me gustan mucho.
—Bueno, pues planté unos cogollos y podé unos matojos —dice imitando el acento de un granjero—. Así que en unos meses, esto se va a poner preciosíiiiisimo.
Me río.
—Qué idiota eres. —Le doy un sorbo a mi té—. Bueno, ¿y cuándo me instalo?
Escribe su dirección en un papel justo cuando un taxi aparece detrás de mi.
—¡Es el mío! —digo. Tomo el papel y le doy un beso en la mejilla. —Hasta luego, Megan —dice y me sonríe.
El piso de Paul es alucinante. Es un dúplex y está en un gran edificio blanco estilo georgiano. En el piso de abajo están el cuarto de estar con un gran ventanal que da a la parte delantera, y la cocina y el comedor que dan a la parte de atrás, con puertas francesas que se abren a un pequeño jardín. Arriba hay dos dormitorios, un gran baño y un pequeño despacho.
—Es muy bonito —digo por decimoquinta vez.
—He tenido suerte con mis compras — Me sonríe.
—¿Qué te parece? ¿Te la quedas?
—Me encantaría, pero ¿estás seguro? Si nunca has alquilado un cuarto antes... ¿No quieres tener tu propio espacio?
—Olvidas que antes vivía con mi novia —dice—, y la verdad, no me gusta estar solo. Prefiero tener compañía.
—Y yo. —sonrío—. He pensado en comprarme un estudio, pero creo que me sentiría muy sola.
Me pregunta cuánto pagaba por el cuarto en casa de Bess y acordamos la mensualidad, sin incluir los gastos. Luego entra en la cocina y pone la tetera al fuego. Yo me acerco a las puertas francesas y contemplo el desnudo jardín invernal. Está muy limpio y recogido. Seguro que en primavera se pone precioso. Siento una oleada de felicidad al pensar que estaré ahí para verlo.
—¿Sales mucho al jardín? —pregunto, después de tomar la taza que me ofrece.
—Sí, la verdad. Me gustan mucho las plantas. ¿Y a ti?
—Desde que vine a vivir a Liverpool no he tenido jardín, pero sí, me gustan mucho.
—Bueno, pues planté unos cogollos y podé unos matojos —dice imitando el acento de un granjero—. Así que en unos meses, esto se va a poner preciosíiiiisimo.
Me río.
—Qué idiota eres. —Le doy un sorbo a mi té—. Bueno, ¿y cuándo me instalo?
Paul y Meg viviendo juntos!! :O esta historia sorprende cada vez más, pero como ya sabemos todo lo que tiene un inicio tambien tiene un final :( y pues el final de esta historia será en el capitulo 60 :/ en verdad gracias por los comentarios y por seguir leyendo esta historia :D