lunes, 29 de diciembre de 2014

CAPITULO 53

Una semana después, casi me da algo cuando entro a trabajar en el turno de tarde-noche y veo a un tipo sentado en una mesa, mirando a la pared. Al instante me doy cuenta de que no es John, pero es el segundo antes lo que me preocupa. Está claro que aún no lo he superado. Está claro que aún me falta mucho. Aunque me trató fatal, sigo pensando que quizá venga a buscarme. Hay que ser tonta.

Y como me pongo de los nervios cada vez que aparece un cliente, no reparo en uno hasta que lo tengo justo delante.

—¡Paul!

—Hola, Meg —me sonríe.

—¿Cómo me has encontrado? —pregunto sorprendida para luego añadir—: ¿Me has buscado? ¿O esto es una coincidencia? —Por favor, que no sea lo último. Me moriría de la vergüenza.

—John me dijo que estabas aquí.

—¿Así que fue John, eh?
—Sí —contesta con tranquilidad.
—¿Qué haces aquí? —pregunto, esperando no sonar demasiado brusca. Se remueve un tanto incómodo antes de contestar.

—Quería ver... quería ver si estabas bien.

Por el rabillo del ojo veo a mi jefe.

—¿Qué le traigo? —le pregunto al tiempo que saco la libreta—. Mi jefe me está mirando —le digo moviendo solo los labios.

—Ah, vale. Sí —dice, mirando la carta—. Tomaré el... hum, ¿qué está bueno aquí?

—Yo le recomiendo el pollo asado. Las patatas están riquísimas.

—Bueno, creo que voy a tomar solo un café. —Cierra la carta y extiendo la mano para que me la devuelva—. ¿Podemos hablar después?

—Intentaré volver cuando haya salido a fumar —susurro.

Media hora después, como prometí, vuelvo a ver a Paul.

—Bueno, ¿y qué tal te va? Ya veo que ahora trabajas aquí. ¿Dónde vives?

—Con mi amiga Bess —le contesto—. En su sofá. ¿La recuerdas? La conociste después de un concierto.

—Es verdad —dice.

—Pero tengo que salir de allí —continúo—. De hecho, he comenzado a buscar piso, así que si sabes de alguno...

Asiente con la cabeza, pensativo...

—Perdona, no paro de hablar. ¿Y qué pasa contigo? ¿Qué es de tu vida?

En ese momento mi jefe vuelve a la sala. Lo miro y me pongo tensa inmediatamente.

—¿Ya ha vuelto tu jefe? —pregunta Paul.

—Ajá.

—Oye, yo me tengo que ir. Tengo una reunión. —Arquea las cejas, haciendo como que se da importancia—. Pero quería saber si podríamos quedar para cenar una noche de estas.

—¿Para cenar?

—Sí, ya sabes, y ponernos al día. Para ver cómo estas... —añade.

—Sí, claro —contesto incómoda. No quiero que se haga ilusiones.

—¿Cuándo estas libre? —pregunta impasible.

—Mañana por la noche no trabajo.

—Perfecto. ¿Dónde vives? ¿Quieres que vayamos a un sitio cerca de tu casa?

—En Liverpool Bridge, pero no me importa desplazarme. ¿Dónde estás tú? — pregunto interesada.

—Al norte de la ciudad.
—¿Y si quedamos en el centro? —Sonrío—. ¿El bar Wallace? —¿A las ocho?
—Hecho.
Paul se levanta y deja el dinero sobre la mesa.

—Ah, y te he traído una cosa. —Me ofrece una bolsa de papel—. No es nada — añade rápidamente—. Ábrela cuando tu jefe no mire —me susurra disimuladamente. 

—Eh, vale, ¡hasta mañana!

Abro la bolsa cuando ya se ha ido y no puedo evitar una carcajada. Está llena de chucherías.

—¿Sabe John que estamos cenando juntos? —pregunto a Paul lanzándole una mirada inquisitiva desde el otro lado de la mesa. Él se reclina sobre el respaldo de su silla.

—No —dice cortante—. ¿Quieres que se lo cuente?
Me rasco la cabeza.
—No. No lo sé.
—Desde la última vez que nos vimos no he hablado mucho con él. 

—¿Tras aquella noche?—pregunto—.

—Sí —contesta, tamborileando con los dedos sobre la mesa. 

—Vaya, lo siento —digo.
—¿El qué? —me mira confuso.
—Que lo mío los haya distanciado.

—No seas tonta, Meg. No ha cambiado nada. Nada. Estaremos como siempre la próxima vez que nos veamos. No, es que he estado muy ocupado escribiendo y no he tenido tiempo para nadie. Bueno, excepto para ti —añade.

Le sonrío, ya no me siento incómoda. De hecho, en estos momentos no podría estar más a gusto.

—Mierda —masculla de repente. 

—¿Qué?
Mira de reojo a un lado.
—Mi ex acaba de entrar.

Sigo su mirada y veo a una pelirroja curvilínea con el pelo ondulado que habla con el camarero. Está con un hombre de piel aceituna y anchas espaldas.

—¿Estás bien? —pregunto a Paul. Él asiente, pero veo que no es cierto.

—¿Lo hacemos?

Me sonríe, sabe exactamente a lo que me refiero.

—Si.

Extiendo la mano sobre la mesa y acaricio la suya. Los dos nos inclinamos hacia delante mirándonos a los ojos como dos enamorados.

—Paul —le digo—, muchas gracias por el regalo. Ha sido un detallazo.

Me sonríe con cariño. Hace lo que puede por no reír.

—Meg, era lo menos que podía hacer. —Extiende el brazo y me acaricia la comisura de los labios—. Tienes un poco de kétchup...

—¿Ah, sí? —me río y tomo mi servilleta.

—¡Jane! ¡Hola! —le oigo decir de repente. Luego alzo la vista y veo a su ex de pie, junto a nuestra mesa.

Le sonrío.

Ella me mira y me dedica una sonrisa heladora.

—Hola, Paul.

—Jane —dice, con cariño—, esta es Meg. Meg, Jane. 

—¡Encantada de conocerte! —exclamo mientras le estrecho la mano. La tiene helada.

—Hola. —Parece sorprendida—. Este es Boris.

—Hola —dice Paul alegre y se estrechan la mano.

—Hemos venido a cenar algo —dice Jane.

—Vaya, ¡qué coincidencia! ¡Nosotros también! —contesta Paul tan entusiasmado que le doy una patada bajo la mesa. No sobre actúes, hombre.

—Les recomiendo las hamburguesas —dice. Jane lo mira con arrogancia.
—Soy vegetariana, ¿recuerdas?
Paul ríe.
—Ah, mierda, perdona. Es verdad. Bueno, pues que disfrutes de la cena —dice— . Tú también —le sonríe a Boris, que hasta el momento no ha dicho nada.

Boris asiente y rodea con su brazo la cintura de Jane para guiarla hacia la mesa donde su camarero los espera pacientemente con las cartas. Paul los mira alejarse.

—Paul —digo con firmeza.

—¿Hum? —contesta distraído.

—Mírame o se van a dar cuenta del engaño.

—Es verdad, sí, bien. —Se fija de nuevo en mí. Flexiona los dedos y toma su cuchillo y su tenedor para volver a dejarlos sobre la mesa.

—¿No habrás perdido el apetito, verdad? —pregunto preocupada. 

Respira hondo.
—Un poco, sí —contesta.
Frunzo los labios.
—¿Quieres que nos vayamos? Aquí tienen buenos postres... —intento tentarlo.

—O podríamos comprar unos helados en Leicester. —sugiere.

—¿Helado? ¿Con este tiempo? —pregunto, pero al momento me golpeo con la mano en la frente—. Perdona, por un momento había olvidado con quién hablo. Sí, vamos.

—Ha sido un poco raro —dice un rato después, tras haber salido del restaurante tomados de la mano.

Le froto el brazo.
—¿Estás bien?
—Sí —dice.
—¿De verdad se te había olvidado que era vegetariana? —pregunto. 

—No. —Sacude la cabeza y me sonríe.

—Oh... muy buena —digo, impresionada.

—Gracias. —Todavía sonriendo añade—: Por cierto, gracias. Ha estado genial.

—Bueno, tú harías lo mismo por mí —digo sonriendo y pensando en mi ex, Tom. Pero de repente, me acuerdo de John y la sonrisa desaparece de mi cara justo cuando Paul me mira.

—¿Y dónde quieres vivir? —cambia de tema.

—Pues no lo sé —contesto—. Me da igual, la verdad. Mientras no esté muy lejos del trabajo.

—¿Piensas seguir trabajando allí?

—Sí —contesto un poco a la defensiva.

—¿De verdad te ofreció Isla Montagne ser su asistente personal? —Me mira de reojo.

—Sí, me lo ofreció. —Sonrío—. Según parece John le dijo que era buena en lo mío. —Pongo los ojos en blanco como si no me lo creyera.

—Bueno, es que es verdad —dice Paul—. Al menos, mucho mejor que Paola —dice, repitiendo la broma que me gasto durante la gira.

—¿En todos los sentidos? —pregunto antes de taparme la boca con una mano—. Perdón, ese comentario está fuera de lugar.

Él se ríe, pero no dice nada.

Mucho después, después de los helados, de pasear un rato, tomarnos un café y no parar de hablar, Paul y yo nos encontramos en el corazón de la ciudad, punto medio para partir cada quien a casa.

—¿Sabes qué? —me dice—. Tengo una habitación de sobra, si la quieres. 

—Eh, ¿de verdad? —pregunto sorprendida.
—Sí.
—¿La pensabas alquilar? —quiero saber.

—No —admite—, pero si eres tan buena compañera de piso como asistente personal, no me puedo equivocar.

—Bueno, ahí tendrías que pedirle referencias a Bess —contesto y luego añado—: Aunque mejor no lo hagas. He dejado el cuarto de estar hecho una pocilga. Oh... eso me lo tendría que haber callado, ¿no?

Se ríe.
—¿Por qué no te pasas a tomar un té y la ves? 

—Claro, ¿cuándo?
—¿Tienes algún rato libre este fin de semana?

Escribe su dirección en un papel justo cuando un taxi aparece detrás de mi.

—¡Es el mío! —digo. Tomo el papel y le doy un beso en la mejilla. —Hasta luego, Megan —dice y me sonríe.

El piso de Paul es alucinante. Es un dúplex y está en un gran edificio blanco estilo georgiano. En el piso de abajo están el cuarto de estar con un gran ventanal que da a la parte delantera, y la cocina y el comedor que dan a la parte de atrás, con puertas francesas que se abren a un pequeño jardín. Arriba hay dos dormitorios, un gran baño y un pequeño despacho.

—Es muy bonito —digo por decimoquinta vez.

—He tenido suerte con mis compras — Me sonríe.

—¿Qué te parece? ¿Te la quedas?

—Me encantaría, pero ¿estás seguro? Si nunca has alquilado un cuarto antes... ¿No quieres tener tu propio espacio?

—Olvidas que antes vivía con mi novia —dice—, y la verdad, no me gusta estar solo. Prefiero tener compañía.

—Y yo. —sonrío—. He pensado en comprarme un estudio, pero creo que me sentiría muy sola.

Me pregunta cuánto pagaba por el cuarto en casa de Bess y acordamos la mensualidad, sin incluir los gastos. Luego entra en la cocina y pone la tetera al fuego. Yo me acerco a las puertas francesas y contemplo el desnudo jardín invernal. Está muy limpio y recogido. Seguro que en primavera se pone precioso. Siento una oleada de felicidad al pensar que estaré ahí para verlo.

—¿Sales mucho al jardín? —pregunto, después de tomar la taza que me ofrece.

—Sí, la verdad. Me gustan mucho las plantas. ¿Y a ti?

—Desde que vine a vivir a Liverpool no he tenido jardín, pero sí, me gustan mucho.

—Bueno, pues planté unos cogollos y podé unos matojos —dice imitando el acento de un granjero—. Así que en unos meses, esto se va a poner preciosíiiiisimo.

Me río.
—Qué idiota eres. —Le doy un sorbo a mi té—. Bueno, ¿y cuándo me instalo?












Paul y Meg viviendo juntos!! :O esta historia sorprende cada vez más, pero como ya sabemos todo lo que tiene un inicio tambien tiene un final :( y pues el final de esta historia será en el capitulo 60 :/ en verdad gracias por los comentarios y por seguir leyendo esta historia :D

domingo, 28 de diciembre de 2014

CAPITULO 52

Esa misma semana, un poco más tarde, Isla vuelve al club.

—Hola otra vez —dice.

—Hola —contesto—. ¿Qué quieres tomar?

—He hablado con John —me suelta sin más.

Mi corazón comienza a latir a toda máquina.
—Me dijo que eres muy buena asistente personal. Trago saliva.

—¿Ah, sí?

—Sí. Le sorprendió bastante saber que trabajas aquí. – Yo no digo nada.

—Bueno, ¿qué me dices? ¿Quieres trabajar para mí?

—Ya te dije que...

—Que eras una mala asistente personal, sí, sí, lo sé —me interrumpe—. Pero ahora que sé que estabas mintiendo, renuevo la oferta.

Suspiro.
—Mira, te agradezco mucho que me ofrezcas el trabajo y todo eso...

—¿De verdad lo vas a rechazar? —me reta.

La miro a los ojos por un momento, consciente de que mi jefe me está observando desde la zona del bar.

—Sí —contesto, y doy media vuelta.

—¿A qué ha venido eso? —me pregunta mi jefe después.

—A nada.

—Parecía bastante disgustada, Meg. Así que te sugiero que me cuentes qué ha pasado para deshacer el daño que has causado —me dice pedante.

—Me ha ofrecido un trabajo —le digo, lo que le sorprende bastante—. Pero lo he rechazado —añado y vuelvo al trabajo sin esperar a ver su reacción.

Un poco después, sentada en casa, en el sofá, es cuando comienzo a pensar en las palabras de Isla.

John sabe dónde estoy.

Me he esforzado mucho por no pensar en él. He evitado conversaciones en las que salía su nombre, revistas y periódicos donde quizás apareciera... Y ahora... Ahora sabe dónde estoy. Podría venir a buscarme si quisiera.

El corazón se me estremece con solo pensarlo.
¡Para, Meg! ¡Es un cabrón! Siento que debería abofetearme la cara para salir del trance.
Esa vida la dejaste atrás. No va a venir a por ti. Nadie va a venir a por ti. ¡Sigue con tu vida!
Pero siento un nudo en la garganta que crece cada vez más, hasta que no puedo evitarlo y rompo a llorar.

¡Mierda! ¿Dónde están los jodidos pañuelos de papel cuando los necesitas? Voy al cuarto de baño y tiró del rollo de papel higiénico, mientras intento controlar los sollozos. Son las doce pasadas y Bess y Serena duermen. Me sueno la nariz y vuelvo a mi “cama”. Pero en cuanto creo que he terminado de llorar, vuelvo a empezar. Intento ahogar el llanto con la almohada.

—¿Qué pasa? —escucho la voz preocupada de Bess por encima del sofá.

Bueno, está claro que no he llorado tan en silencio como creía. —Nada —le contesto—. Vuelve a la cama.
Se acerca y se sienta en el sofá.

—Meg, cuéntame qué pasa.

—¡No puedo! —exclamó y luego miro con preocupación a la puerta del cuarto de Serena (antes conocido como «mi dormitorio»).

—Tranquila —dice Bess—, duerme con tapones en los oídos. Y ronca como un elefante —añade, ladeando la cabeza.

—¿Y tú cómo sabes si los elefantes roncan? —pregunto entre lágrimas.

Bess me sonríe.

—Ahí casi me has parecido la Meg de siempre —dice, pero después se pone seria otra vez—. Perdona, no quería decir...

Me miro las manos. ¿Sabes qué? ¡A la mierda con las cláusulas de confidencialidad!

—Lo que voy a decirte no se lo puedes contar a nadie —la aviso.

—¡Claro que no! —susurra Bess. —En serio. Me podrían demandar... —Meg, suéltalo ya.

—Esta bien... —Respiro hondo y le cuento toda la triste historia. De vez en cuando suelta un ¡oh por dios!, pero en general se contiene bastante.

—Y aquí estoy —digo al final.

Agita la cabeza alucinada.

—¡No puedo creer que te acostarás con John Lennon! —exclama por trigésima vez.
Su reacción me habría hecho reír hace un mes. Ahora me pone triste. —¿Cómo coño conseguiste guardar el secreto? —pregunta.

—Yo te lo quería contar. Me moría de ganas, pero no podía. 

—Claro que podías —dice, frunciendo el ceño.
—No, Bess, no podía...

—Sí que podías —repite.

Suspiro.
—Tenía miedo de que se lo dijeras a Serena y ella vendiera la exclusiva a alguna revista o algo así.

Me mira ofendida.

—¡Yo jamás le habría dicho nada a Serena! ¡Es incapaz de guardar un secreto! La verdad es que me parece un poco pedante, si te soy sincera.

Me río.

—¿Ah, sí?

—Sí, —asiente con la cabeza—. Pero cocina los espaguetis a la carbonara. Lo que se agradece después de comer tus judías carbonizadas con tostadas.

Ahora sí me río.

—Sabía que te haría reír otra vez. —Me sonríe—. Desde tu regreso has estado hecha un hielo.

—Lo siento.
—No te preocupes. ¿Estás bien? —me ofrece otro trozo de papel higiénico y me limpio los ojos.

—Lo estaré. Aunque ahora mismo me cuesta creerlo. ¡Dios! —resopló—. Solo duré seis meses. Y Paola aguantó ocho.

—No te tortures más con eso —dice Bess con tranquilidad—. Se enamoró de ti más rápido que de la otra. Si te sirve de consuelo, yo creo que deberías estar bastante satisfecha, la verdad.

Anda. No lo había visto así.












Eso de contar todo, me suena a mala decisión :/

CAPITULO 51

—Mamá dice que te han despedido del trabajo.

—No me han despedido, me he ido yo —le explico pacientemente a mi hermana por teléfono.

Estoy sentada en el sofá, en casa de Bess. Durante este último mes se ha convertido en mi cama. Serena pasó fuera las dos primeras semanas, pero ahora ya ha vuelto, y no hay mucho espacio. Necesito encontrar un lugar donde vivir, pero me cuesta mucho ponerme a buscar.

Después de ver un rato la tele por la mañana y de despachar varias bolsas de caramelos Haribo, por fin empecé a moverme, y hace una semana encontré un trabajo. La primera puerta a la que llamé fue Marie, mi antigua jefa. Se pasó los primeros minutos hablándome sobre su brillante nueva asistente personal, lo que no contribuyó mucho a mejorar mi autoestima, la verdad. Cuando por fin me dejó hablarle para informarle de que estaba sin trabajo, se quedó sin palabras por el sentimiento de culpa.

—¿Sabes qué? —dijo por fin intentando ayudar—. Acabo de terminar un trabajo para el dueño de un club privado. Me dijo que estaba buscando personal. Te puedo dar su número, si quieres.

Marie creía que necesitaba personal de oficina, pero cuando hablé con él resultó que lo que quería eran camareras. Entonces pensé: ¿y por qué no? Estoy harta de ocuparme de una sola persona. Bueno, pues siendo camarera tendré que atender a varias, pero al menos no será nada personal. Vienen, te dejan la propina y se marchan, justo lo que yo quiero.
—¡Es increíble que no me llamaras nunca! —se queja Susan. 

—Bueno, tú tampoco me llamaste a mí —le contesto.

—No quería molestarte. Mamá siempre decía que estabas muy ocupada.

—Y así era —admito—. De todas formas, ahora podemos charlar. ¿Qué tal todo?

—¿Qué ha pasado con el trabajo? —pregunta, volviendo al tema de John.
—No funcionó —contesto.
—Venga, cuéntame qué pasó...
—Pues verás, Susan, no podría contártelo aunque quisiera. Firmé una cláusula de confidencialidad.

Gran error. Ahora piensa que realmente sucedió algo y se pasa los siguientes minutos intentando
sonsacarme.

—Tony está enfadado porque no le trajiste un álbum firmado —dice por fin, hablando ya de su molesto marido.
—No sabía que quisiera un álbum firmado —suspiro.
—Pues te habrías enterado si hubieses llamado...
Otra vez con lo mismo. Cómo me alegró de haber vuelto a casa. No he visto ninguna noticia sobre John en la prensa. Ha estado sorprendentemente discreto. Probablemente estará encerrado en casa tirándose a Lola. Me estremezco solo con pensarlo.

El no poder sincerarme con Bess ha dificultado mucho las cosas. Al principio estaba un poco fría conmigo. La verdad es que aún está distante. No sé cómo vamos a superar esto.

Por fin cuelgo y me derrumbo en el sofá, mientras apunto con el mando a la televisión para subir el volumen. El cuarto de estar es un caos. No es fácil vivir solo con lo que hay en una maleta durante tanto tiempo. Me imaginó que a estas alturas Serena está harta de mí, pero se siente un poco culpable, no sabe si debería marcharse y devolverme mi antiguo cuarto. Y yo tampoco estoy segura de que quiera eso. Necesito tener mi propio espacio. Incluso he pensado en comprar un estudio o algo así. He ahorrado una buena cantidad de dinero trabajando para John que quizá me valiese como entrada; pero no lo sé. Quizá viaje. Aún no me he decidido.
Son muchos los famosos que acuden al club donde trabajo. Resulta raro estar en el otro lado, observarlos y saberlo todo del mundo en el que viven.

Ahora estoy en el curro. Tengo que llevar una botella de vino muy cara a una mesa. Hay dos hombres cenando juntos, uno es mayor, el otro más joven. Veo que el hombre mayor le pasa disimuladamente y por encima de la mesa una bolsita de plástico al más joven, a quien he visto en la tele presentado un programa infantil. Les llevó el vino y luego busco a mi jefe. En este club las drogas están terminantemente prohibidas

—¡Perdona! —Me doy la vuelta al reconocer el acento estadounidense—. ¿Nos puedes traer una botella de agua, por favor?

Intento no parecer sorprendida al ver a Isla Montagne, sentada en la mesa situada frente a mí, junto a Will Trepper, el actor británico de moda con el que vive ahora.
—Claro. ¿Con o sin gas? —pregunto.
—Sin. —Me mira, entornando los ojos. Yo la ignoró y me doy media vuelta.
—Sé quién eres —dice un poco después, cuando le llevó el agua. 

—¿Ah, sí? —me hago la inocente.
—Sí, ¿no te vi en Londres?
—No —contesto.

—Hum. Pues sé que te conozco de algo.

Le sirvo el agua y le tomo nota. Cuando vuelvo después con la comida se estremece de golpe.

—¡La asistente personal de John Lennon! Eso es, ¿verdad?

Miro alrededor para ver si alguien la ha oído. Como no es así, asiento.

Se recuesta en su asiento, aparentemente muy satisfecha de sí misma.

—¡Lo sabía! ¿Qué haces trabajando aquí? —pregunta mientras mira con recelo mi uniforme blanco y negro.

—Me apetecía cambiar.

Un cliente sentado una mesa más allá me pide la cuenta con señas. Aliviada, me disculpo y vuelvo al trabajo.

Después, cuando el club se ha vaciado y estoy limpiando para el turno de noche, Isla me llama de nuevo a su mesa. Ella y Will llevan haciéndose cariños en una esquina un par de horas.

—Necesito una asistente personal, si te interesa...

—Hum, gracias, pero no se me daba muy bien.
—No te creo.
—¿Por qué no?
—Porque Charlie te envidiaba —contesta y ríe despreocupada. Ya me ha picado la curiosidad.

—¿Qué pasó con Charlie?
—Se marchó a Nueva York para cuidar de su madre por una temporada.

—¿De su madrastra? —Pobre Charlie, tener que hacerse cargo de una malvada alcohólica.

—No, de su madre de verdad. 

—¿Pero no estaba muerta?

—¿De dónde has sacado esa idea?
—Pues no lo sé, la verdad. Entonces ¿la que es alcohólica es su madre?- Isla me mira un tanto confusa.

—No —contesta lentamente—. Su madre se rompió una pierna esquiando el mes pasado. Creo recordar que su madrastra sí tiene un problema con el alcohol, pero casi nunca la ve. La madre se hizo con un montón de dinero cuando se divorció del padre de Charlie hace ya años, por eso es una chica tan malcriada —dice y vuelve a reírse.

—Ah, ya.

—Bueno —añade—, ¿qué te parece? ¿Quieres salir de este lugar y ser mi asistente personal?

Will Trepper me mira con sus brillantes ojos azules. Me siento tentada, pero no tanto.

—Gracias, pero, como ya he dicho antes, no soy muy buena.
Isla pone los ojos en blanco y mira a Will. Él se encoge de hombros.
—Como quieras —dice, y yo me marcho para seguir limpiando mesas.














Ahora si que todo en la vida de Meg dio un giro de 180º :)

CAPITULO 50

—No pasa nada —la tranquiliza Rosa.

Lola me sonríe medio dormida.
—¿Qué tal? ¿No viniste al showcase de anoche?

—No —contesto seca.

—Pues no te preocupes, no te perdiste nada. —Y vuelve a sonreír.

No le devuelvo la sonrisa.

—Bueno, pues... —dice mientras hace ademán de pasar por delante de mí con los cafés— voy a llevarle esto.

Me aparto para que pase.

—¿Quieres que te pida un taxi? —le pregunto cuando por fin recupero el aliento. Quiero que se largue ya.

—No, gracias —contesta agradecida—. John ha dicho que ya me acercaría él. Si me atrevo, claro. —Pone los ojos en blanco y se dirige hacia las escaleras—. Joder, le gusta correr con la moto, ¿verdad? —Es una afirmación más que una pregunta—. Anoche no lo pasé tan mal porque había bebido algo, pero hoy la cosa puede ser distinta. Bueno, nos vemos —dice mirándome de reojo, pero al ver que no contesto, frunce los labios. Contemplo su llegada a lo alto de las escaleras y cómo después intenta abrir la puerta del cuarto de John con las manos ocupadas. Un segundo después la puerta se abre. Oigo reír a John cuando Lola entra.

Miro hacia atrás y veo a Rosa que me observa en silencio. Corro hacia el despacho y cierro la puerta.

Con ella no. Con cualquiera menos con ella. Es perfecta para él. Moderna, con talento... No le va a aguantar ninguna tontería. Él la respeta.

Permanezco sentada en el despacho, conmocionada, durante horas, incapaz de trabajar. A las tres, alguien llama a la puerta. Alzo la vista y veo asomarse a Rosa.

—Hoy tengo que irme antes —dice.

Yo asiento, como ida.

—¿Estás bien, cielo? —Su tono es de preocupación.

No contesto.

Entra en la habitación y cierra la puerta tras de sí. La miro mientras avanza hacia mi escritorio.

—Ven aquí. —Me hace una seña para que me levante y cuando lo hago me abraza con fuerza.

De repente echo de menos a mi madre. A Bess. Echo de menos a todos y a todo lo que tiene que ver con mi anterior vida, con mi verdadero hogar. Lucho contra las lágrimas, pero no logro contenerlas.

—Ya, ya, venga —dice—. Ya está.

—Lo siento —digo entre sollozos.

—¡No te disculpes conmigo! —me regaña.

No me dice que yo tengo la culpa. No me dice que me avisó. Seguramente fue testigo de algo muy parecido con Paola, y seguramente lo vio venir desde lejos, pero ella deja que me desahogue, y hace lo que puede para consolarme. Al final, se aparta.

—Me tengo que ir, cariño. Hoy actúa mi hija en la obra de su colegio. —Claro. —Intento sonreír—. Deséale buena suerte de mi parte.

—Lo haré.

No veo a John esa noche. Imagino que se habrá quedado en casa de Lola y yo lo paso fatal encerrada en su mansión un viernes por la noche, imaginando lo que estarán haciendo mis amigos en Liverpool.

Al día siguiente le oigo llegar, pero me quedo en mi habitación durante horas, pensando. Al final, bajo.

Miro por el cristal; la ciudad se extiende ante mí en una tarde brumosa. Pero no me fijo en las vistas. John está sentado en una de las tumbonas. Su pelo le oculta parte del rostro, pero puedo ver un cigarrillo encendido que baila en sus labios; a su lado, una botella de whisky. Está tocando la guitarra y yo lo contemplo mientras los músculos de sus brazos se tensan con el movimiento. Siento que unas cuerdas invisibles salen de mi estómago, cerca del corazón. Están unidas a él. Y me atraen hacia él, no importa dónde esté. Yo intento romperlas, pero se unen a él de nuevo. Dios, esto es muy duro.

Debo salir de aquí.

Tengo los ojos bañados en lágrimas mientras avanzo decidida hacia el despacho. Llamo al agente de viajes de John y reservo un billete para el próximo vuelvo disponible a Liverpool. Después llamo a Davey y le pido que me recoja a las tres. Mi vuelo sale por la tarde, pero esperaré en el aeropuerto. Cualquier cosa es mejor que quedarse aquí. Además sé que quizá cambie de opinión si me quedo más tiempo.

Tomo la maleta del armario del cuarto de la lavadora y la subo a mi dormitorio. Saco la ropa de los armarios, sin apenas molestarme en doblarla antes de meterla en la maleta. Veo de reojo la oveja que John me compró en los Dales. Está sobre una estantería en el armario abierto, observándome mientras hago el equipaje. Cuando por fin lleno la maleta, me incorporo y miro fijamente al juguete.

No, ni hablar, y me inclino para cerrar la cremallera. Que se quede donde está. Me imagino a John entrando en mi cuarto; abre el armario y el corazón le da un vuelco al darse cuenta de que me he ido.

Lo más seguro es que Rosa o Sandy, la asistenta, lo encuentren y lo tiren a la basura, pero mi fantasía me gusta más.

Garabateo una nota para Rosa, es difícil encontrar las palabras justas.

«Me tengo que ir. Lo siento mucho, pero ya sabes cuál es la razón. Disfruté trabajando contigo y te echaré de menos. Les deseo a ti y a tu familia lo mejor. Por favor, da recuerdos a Lewis, Samuel, Ted y Sandy...»

La dejo en la cocina, detrás de la tostadora. John no la verá, pero Rosa sí, en cuanto vuelva el lunes.

Con la maleta a un lado, echo un vistazo por la ventana. John ya no está en la tumbona. Miro alrededor, pero no lo veo. Bueno, quizá sea lo mejor.

Suena el videoportero. Es para mí.

Mientras Davey atraviesa las puertas, veo una camioneta verde que me resulta familiar.

¡Santiago! Me había olvidado de él.

—¡Para! —le digo a Davey y salto del coche.

—Hola, Meg —me saluda Santiago.

—Santiago, me marcho.

—¿Que te vas? ¿Por qué? —me pregunta sorprendido.

—No ha funcionado —le digo.

—Vaya, lo siento mucho. ¿Y con quién voy yo a charlar ahora los sábados?

—Pues en lugar de charlar tendrás que trabajar. —Sonrío y él me devuelve la sonrisa.

Tomo el bolígrafo de su carpeta y escribo mi dirección en un trozo de cartón viejo. Lleva la camioneta llena de envoltorios de comida basura.

—¡Escríbeme! —Y le paso el cartón.

Se encoge de hombros.

Me río.

—Es gratis, ¿lo sabes, no?

—Vale, ya veré qué hago —Pero el instinto me dice que no volveré a saber de él.

De repente escucho un rugido procedente del interior de la finca. Apenas puedo respirar al ver aparecer a John en su moto. El metal negro brilla con la luz del sol.

—Hasta luego. —Santiago arquea una ceja y luego mira a John antes de entrar con su furgoneta en el jardín.

John levanta el visor de su casco.

—¿Adónde vas?

—Me marcho, John. —Procuro mantener la voz calmada.

—¿Qué? ¿Así, sin más?

—Así, sin más.

Nos miramos a los ojos durante un momento, ninguno de los dos dice nada. Recuerdo que Davey me espera dentro del coche.

John asiente.

—Pues, esta bien —dice en tono cortante.

Baja el visor y acelera la moto, la rueda de atrás derrapa en la gravilla y deja tras de sí una estela de polvo.

No sé qué esperaba. ¿Que intentara detenerme, que me suplicara, que admitiera que había cometido un error?

Pero no, al final es él quien corta las cuerdas.

Después, en el avión, miro por la ventana e intento no llorar. Solo he durado seis meses en el trabajo, todavía menos que Paola, y ahora vuelvo a casa como una fracasada.

La tristeza me invade, silenciosa y aplastante. Cruzo los brazos sobre el pecho y aprieto con fuerza, para ahogar el dolor. No funciona. Siento que me comprime y sé que nadie puede aliviar esa presión. Lo que me pasó con John no lo puedo hablar con nadie. Aparte de él, Paul es la única persona que sabe lo nuestro, y eso me hace sentir insoportable y terriblemente sola.












¿Ustedes se habrían ido en esta situación? :)

CAPITULO 49

Al día siguiente llevo a Paul al aeropuerto, solo para salir de la casa. No hablamos sobre lo que ocurrió anoche. De hecho, apenas decimos nada, cuando vuelvo, encuentro a John sentado en la mesa de la terraza, junto la piscina, contemplando el paisaje.

Se sobresalta al verme.
—Creía que te habías ido —dice con voz monótona. Su rostro es inexpresivo.

—¿Ah, sí? ¿Con el Porsche, quieres decir? —me río, extrañamente divertida. John estudia mi expresión antes de preguntar.
—¿Y Paul?

—Oh, él sí, se ha ido —contesto como quien no quiere la cosa—. Pero yo sigo aquí. —Me siento frente a él y me pongo las gafas a modo de diadema—. ¿Lo pasaste bien anoche?

—¿Estás bien, Meg? —Me mira inquisitivo.

—Pues no. —Mi voz suena alegre—. Pero lo superaré. Bueno, ¿te apetece comer algo? ¡Yo me muero de hambre!

—No..., gracias... —Me mira como si me hubieran salido unos cuernos verdes y me estuviera dando de cabezazos contra la mesa.

—Esta bien. —Me levanto y entro en la casa.

Sigo fingiendo total indiferencia durante unos días más, y me dedico a lo mío como si jamás me hubiera acostado con una estrella del rock. Por fin, el miércoles, John se derrumba.

—Meg, ¿quieres dejarlo ya? Me estoy volviendo loco.

Ha entrado en el despacho para ver a qué hora tiene que reunirse con su discográfica.

—¿Qué te está volviendo loco? —Alzo la vista y le pregunto con tranquilidad.

—Esto. —Agita las manos en el aire—. Tú. Deja de actuar como si no hubiera pasado nada.

—¿Qué quieres que haga, John? ¿Gritar? ¿Llorar? ¿Dejar el trabajo? — enfatizo las últimas palabras.

Sale de la habitación y yo sigo a lo mío, sintiéndome extrañamente satisfecha.

Horas después vuelve a entrar.

—¿La reunión bien? —pregunto.

—Sí —contesta distraído—. ¿Qué te dijo Paul? —pregunta, frunciendo el ceño.

—¿Qué quieres decir?

—Ya sabes lo que quiero decir.

Me río entre dientes.

—La verdad es que no. Tendrás que ser más claro.

—¡Olvídalo! —Y sale a zancadas de la habitación.

Vaya, estoy disfrutando con esto.

Al día siguiente vuelve a entrar en el despacho.

—¿Tienes el número de esa tal Kitty?

El corazón me da un vuelco, pero intento disimular.

—Claro.

Lo encuentro y se lo apunto en la parte de atrás de una tarjeta de visita. Como no le pregunto para qué lo quiere, me informa él mismo.

—Está buena. He pensado en llevarla al showcase de esta noche.

¡Cretino! Quiero gritar.

—Creo que ella también iba a ir —digo desmontándole el teatro—. Con su novio —añado, con la esperanza de que no se me note el enojo.

Mira el número.

—Vaya —dice caminando hacia la puerta.

Yo sigo escribiendo, intentando controlar el enfado.

—¡Por amor de Dios! —exclama, dando media vuelta y apoyándose contra el marco de la puerta, luego tira la tarjeta a la papelera.

—¿Qué ocurre? —pregunto.

Se pasa las manos por el pelo y me mira antes de derrumbarse sobre la silla negra que hay junto a mi escritorio.
Hago girar la mía para estar frente a él. Se inclina hacia delante y apoya los brazos sobre sus muslos sin dejar de mirarme.

—Mi padre me llamó la semana pasada —dice.

—¿Qué? —Ahora tiene la reacción que esperaba—. Creía que tu padre estaba muerto.

—No —dice.

—¿Qué te dijo?

John se encoge de hombros y mira al suelo. Yo espero, pacientemente. No pienso seguirle el juego, si me lo quiere contar, que me lo cuente.

Parece incómodo.

—Ha conocido a una mujer. Se quiere casar.

—Oh, vaya —digo, intrigada.

—Quiere más dinero —añade con cierta amargura.

—Hum... ¿se lo vas a dar?

—Sí —contesta—, tengo de sobra.

Asiento con la cabeza.

—Sí. ¿Te pide dinero con frecuencia?

Se recuesta sobre el respaldo de la silla y apoya un pie sobre la rodilla contraria.

—No lo necesita. Le paso una cantidad todos los meses. Tiene su casa...

—¿Que tú le compraste?

—Sí.

Considerando que su padre era un sinvergüenza y un impresentable, siempre supuse que John no querría saber nada de él.

—Pareces sorprendida —dice. 

—Es que lo estoy —contesto. 

—¿Por qué?

Respiro hondo.

—No te entiendo, John Lennon. Eres tan... impredecible.

Arquea una ceja.
—Nunca me habían dicho eso.

Guardo silencio y lo miro tranquila a los ojos. Se acerca y me acaricia una pierna. Yo me aparto.

—No hagas eso —le aviso. Me mira con ojos tristes.

—Lo siento, Meg. Ahora me he quedado sin palabras.

—Paul tenía razón, ¿sabes? —prosigue.

—¿Acerca de qué? —pregunto con desconfianza. Se inclina de nuevo y me toma de la mano. Estoy tan alucinada con la disculpa que no digo nada.

—No quiero que te vayas. —La adrenalina invade mis venas—. Ven aquí. — Intenta atraerme, pero yo me suelto la mano.

—¡No, John, no!

Me acaricia la pierna de nuevo, luego el brazo y después el cuello.

—Para... —digo con menos convicción.

—Te necesito —dice sin apartar los ojos de mis labios.

Yo aguanto la respiración, incapaz de resistir más mientras él se inclina para besarme.

—Vamos arriba —dice, tirando de mí para que me ponga en pie.

Después, mientras estoy tumbada entre sus brazos y él me acaricia la espalda desnuda con sus ásperos dedos, intento no pensar en lo que ocurrió en esa misma cama hace solo unos días. Me incorporo sobre los codos y le sonrío.
Te quiero, John Lennon. Me da igual lo difícil que me lo pongas.

—Yo también te necesito, ¿sabes? —le digo.

Y entonces algo cambia en su rostro. Es como si se hubiese puesto una máscara.

—¿Qué ocurre? —pregunto.

—Nada. —Parece molesto—. Lo mejor será que me vaya preparando —dice al tiempo que sale de la cama.

—¿Prepararte para qué? —no entiendo nada. 

—Para salir...

—Ah, así que vas a ir.

—Claro. —Camina hacia el cuarto de baño—. No molestes a Davey, tomare la moto.

Tampoco me molesto en preguntarle si quiere que lo acompañe. Conozco esa mirada. De nuevo me está apartando y eso me llena de tristeza.

No lo oigo volver esa noche. Muerta de preocupación, lo comento con Samuel.

—Debe de estar en la cama —contesta—. Volvió a las dos de la mañana.

—¿Ah sí? —Estoy alucinada.

Pues no hizo apenas ruido cuando volvió. Quizá me preocupé sin necesidad. Entro en el despacho y sigo con mi trabajo. A eso de las once, oigo pisadas por la casa que se dirigen a la cocina.

Ahí está, pienso. Cuando no viene a saludarme después de unos minutos, decido ir en su busca.

Al acercarme a la cocina, tengo la sensación de que me muevo a cámara lenta. La persona que está en la cocina no es John, sino una chica. Y reconozco su voz al instante.

Me detengo en la puerta y veo que Rosa deja dos tazas de café sobre la mesa.

—Gracias —dice Lola mientras toma las dos tazas. Luego da media vuelta, me ve y derrama un poco de café. Lleva una de las camisas de John. Le llega hasta los muslos—. ¡Meg! —se ríe—. No te había visto. Perdona, Rosa —se disculpa cuando la cocinera se agacha con una esponja para limpiar el suelo.














Se necesitan y aun así aparece Lola... ¿quien entiende a este hombre? hahahaha :D

domingo, 19 de octubre de 2014

CAPITULO 48

Escuchamos a las chicas antes de verlas. John aparece tras una esquina, caminando delante, como si estuviera guiando a las presas hacia su guarida. Las dos chicas lo siguen entre risas, tomadas de la mano. Reconozco a la del biquini, al menos ha tenido la decencia de ponerse algo encima, y su amiga es rubia, delgada y también es muy guapa.

—¿Qué mierda estás haciendo?

Me sobresalto al oír la voz furiosa de Paul. John también. Da media vuelta y nos ve en el sofá, juntos. Su sorpresa inicial pronto da paso al desafío.

—¿A ti que te parece?

Las chicas intercambian miradas, están asustadas.

Paul habla:

—Parece que estas a punto de montártelo con dos chicas y a obligar a tu brillante asistente personal a dejar el trabajo.

John parece contrariado. Me mira.

—¿Se lo has contado?

Antes de que conteste, Paul interviene.

—No hizo falta. La encontré intentando llegar a casa caminando. Salió corriendo después de verte en plan cariñoso con alguna de estas dos, supongo. —Mira a las chicas con desprecio—. No tuvo que decirme nada. Joder, John, ¿es que no has aprendido la lección después de tirarte a Paola?

El corazón me da un vuelco.

—Lo siento, Meg —dice Paul—, pero debes saber de lo que es capaz.

—¡Cierra la puta boca, Paul! —le avisa John furioso.

—No, ni hablar. Era una chica estupenda —me dice—. Podría haber tenido algo especial con ella, pero en cuanto notó que sentía algo, comenzó a joderla, como está haciendo ahora contigo.

—¡Cállate! —dice John, furibundo, acercándose hacia el sofá y señalando a Paul.

Las chicas ahora parecen un poco incómodas. —¿Nos vamos? —pregunta una de ellas.

—¡Sí! —grita Paul.

—¡No! —grita John al mismo tiempo.

Ellas no parecen muy convencidas. Es evidente que el tío ya no resulta tan apetecible.

John tiene la respiración agitada. Sigue señalando a Paul.

—Si no te gusta cómo hago las cosas, te puedes ir a tu puta casa.

—¿Y cómo haces las cosas? Pero ¿tú te estás oyendo, engreído estupido? Pues sí, creo que me voy a ir a mi puta casa, y quizá me lleve a Meg conmigo.

John se ríe, sin ganas.

—Vale, pues largo.

Se da media vuelta y rodea con sus brazos a las dos chicas para conducirlas al piso de arriba.

En cuando John desaparece por la puerta, Paul se acerca y se arrodilla frente a mí. Yo estoy temblando.

—¿Estás bien? —pregunta.

—No, me encuentro mal —le digo en un susurro.

—Ven aquí. —Intenta abrazarme para consolarme, pero me aparto. No quiero que nadie me toque.

—¿Es cierto? ¿Es eso lo que ocurrió con Paola? —pregunto.

Asiente, tenso.

—Me dijo que jamás se había enamorado de nadie —le digo. —Seguramente será cierto. Las vuelve medio locas antes de que eso ocurra.

—¿Y tú crees que está haciendo lo mismo conmigo? —Sueno esperanzada. Quiero que se enamore de mí. En ese momento no pienso que luego lo acabaré perdiendo.

—No lo sé. —Hace una pausa y luego añade—: Meg, ¿por qué no vienes conmigo a casa?

—¡No quiero volver a Liverpool! —grito.

—¡Vale! —dice sorprendido.

Suspiro.

—¿No te irás, verdad?

Medita su respuesta y después de un momento dice: —Sí, me voy. Mañana tomo un vuelo.

—¡No, no te vayas!

—Por supuesto que sí. Quizás así aprenda la lección. En cualquier caso, ya tengo material de sobra. Solo queda redactarlo.

Oigo voces procedentes del cuarto de John y recuerdo lo que está pasando dentro. Por un momento lo había olvidado.

Paul me mira preocupado.

—Si te quedas, vas a sufrir mucho.

—Ya estoy sufriendo, Paul —contesto—. Pero eso... —señalo al piso de arriba— es solo sexo. Va a tener que hacer algo más gordo para apartarme de él.

Se pone de pie y apaga la televisión. Después se vuelve hacia mí y me dice con tristeza:

—Sabía que te quedarías.













Estos personajes están tan locos, ya no se lo que va a pasar hahaha, espero les guste este capitulo. :D ¡Cuidense! :)

CAPITULO 47

No está en la primera habitación en la que miro, ni en la siguiente. Por fin, tras cinco minutos de búsqueda, doy con él. Está repantigado en un sofá y una chica vestida con un biquini está sentada a horcajadas sobre él. John alza la vista hacia la puerta y me ve, pero continúa como si nada. Le toma de las manos y la atrae hacia sí. Le da un azote en el trasero y ella le contesta juguetona con unas palmaditas en el pecho. Luego le pasa una mano por su larga melena oscura y la acerca para darle un beso.

Una nube oscurece mi visión y siento que me voy a desmayar. Me aparto con un nudo en la garganta. Tengo que alejarme de allí. Corro entre la gente, paso por delante de la piscina y junto a un par de estrellas de cine. Sigo avanzando y salgo de la propiedad sin importarme dejar plantados a Paul y Kitty. Los paparazzis se ponen en guardia cuando aparezco, pero enseguida se relajan y se ponen a charlar entre ellos al comprobar que no soy nadie.

Corro por la carretera con el rostro inundado en lágrimas. Iré andando a casa. Estoy segura de recordar el camino.

Pero tras diez minutos comienzo a tener dudas. Todas las calles parecen iguales y durante el viaje en coche no preste mucha atención. Los pies me están matando. Llevo zapatos de tacón y la tentación de quitármelos es enorme, pero entonces reparo en los cactus que crecen a ambos lados de la carretera. Conociéndome, seguro que piso algún pincho o un cristal y acabo magullada y herida, además de llorosa y desesperada.

¿Cómo he acabado así? Me vio allí plantada y la beso de todas formas. Pensaba que yo significaba algo para él. Estos últimos días... ha sido agradable conmigo. Pensaba que me quería. Pensaba que..., ya sé que es una locura, pero llegué a pensar que quizá teníamos un futuro juntos... ¿Cómo has podido ser tan imbécil, Meg? Dios, ¿Qué voy a hacer ahora? ¿Dónde mierda estoy?

Lloro todavía con más ganas y entonces me doy cuenta de lo boba que soy. Creo que me he perdido. Imagino a un violador o a un asesino agazapado, acechándome, dispuesto a lanzarse a por la chica que avanza sola por la carretera. ¡Que se joda John! Eso es lo primero que me digo, lo segundo es, joder, tengo miedo.

Aparecen unos faros doblando una esquina y yo me aparto e intento esconderme entre unos arbustos. El coche aminora la marcha. Joder, joder, joder, se acabó. ¿Podré correr con estos tacones? A lo mejor no me ve. ¡Ah, han parado!

—¡Meg!

Es Paul

—¡Paul! —grito mientras salgo de entre los arbustos.

Aparece otro coche doblando la esquina. Paul se inclina sobre el asiento del acompañante y me abre la puerta.

—¡Vamos, entra! —Ha parado en un lugar peligroso.

Subo al coche, cierro la puerta y me enjugo las lágrimas. Paul mira por el espejo retrovisor y se aparta de la curva.

—¿Qué ha pasado? —pregunta, mirándome de reojo.

Niego con la cabeza.

—¿Meg?

—No te lo puedo contar. —Tengo la voz ronca de tanto llorar.

Llegamos a casa y lo vuelve a intentar, pero antes busca en el botiquín y me pongo unas tiritas en las ampollas de los pies. Estamos sentados en el sofá del cuarto de estar.

—Es John, ¿verdad? —dice.

No contesto.

—Lo sabía.

—¿Qué sabes?

—El muy hijo de puta no lo pudo evitar, ¿no? —parece enfadado.

Lo miro sin saber muy bien a que se refiere. Yo prefiero guardar silencio, por si las moscas.

—¿Desde cuándo? —quiere saber.

—¿Desde cuándo, qué? —pregunto con cautela.

Me mira impaciente.

—¿Desde cuándo se acuestan?

Muy bien, así que lo sabe.

—Desde los Yorkshire Dales —contesto.

Aparta la mirada de mí y se fija en la televisión apagada.

—Claro. ¿Y esta noche? ¿Qué ha pasado?

—Una chica —contesto entre lágrimas—. En biquini. —La verdad es que lo que llevase puesto no es muy relevante, pero a mí me lo parece.

Asiente, taciturno. Por fin me mira.

—No va a cambiar, ¿sabes?

Extiendo una mano y me toco las tiritas de los pies.

—No cambiará, Meg.

—¡Esta bien, esta bien! —contesto.

Guarda silencio.

Tomo aire y me relajo un poco.

—Vale. ¿Te apetece ver la tele?

—Claro. —Consulta su reloj. Deben de ser más de las doce y probablemente está cansado, pero agradezco su compañía. Sé que no podré pegar ojo hasta que John vuelva a casa.

Paul intenta ahogar sus bostezos durante dos horas, hasta que finalmente oímos que se abre la puerta.













¿Creen que John nunca vaya a cambiar? Pobre Meg y también pobre Paul :S en fin gracias por seguir leyendo, en verdad. :D

CAPITULO 46

La fiesta la da Daniel Steinbeck, uno de los jefazos de la discográfica del grupo. Su mansión está en las colinas, no muy lejos de la cada de John.

Conduce Paul y va bastante rápido. Puedo escuchar los gritos ahogados de John mientras lucho por no reírme.

Cuando llegamos, el lugar está atestado de paparazzis. Los flashes de sus cámaras atraviesan las ventanas del coche y nos alumbran cuando cruzamos las puertas de la residencia privada de Daniel. Tal y como dijo John, desde su casa hay unas vistas increíbles de la ciudad. Además tiene una piscina impresionante. La noche es cálida, así que nos abrimos paso entre la gente guapa para llegar hasta el jardín. La música está alta, pero fuera el estruendo es menor.

John se enciende un cigarrillo y mira alrededor en busca de algún rostro familiar.

—Ahora vuelvo —dice distraído. Se aleja, dejándonos solos a Paul y a mí.

—¡Eh! —digo—. ¡Eh! Es mi amiga Kitty, ¡Kitty! —la llamo.

—¡Meg! —grita desde el otro lado de la piscina—. No sabía que venías.

—Yo tampoco hasta hace un par de horas. —Verla hace que me olvide un poco del hecho de que John nos acaba de dejar plantados.

—¡Ni yo! —Mira a Paul.

—Kitty, ¡este es Paul!

—Hola, encantada de conocerte. —Estrechan las manos. Esta nerviosa, aunque no tanto como cuando habla con John.

Kitty asiente y sonríe.

—¿También ha venido John? —nos pregunta.

—Sí —contesto. Y sería de agradecer que volviera y se uniera a nosotros.

—Charlie también está aquí —me informa.

—Genial —pongo los ojos en blanco.

—¿Quién es Charlie? —susurra Paul en plan conspirador.

—Es la asistente personal de Isla Montagne —explica Kitty.

—Joder, ¿no habrá venido, verdad? —pregunta Paul.

—Sí, ¿por qué? —contesta Kitty.

—Porque hay que evitar que se acerque a John. Está pirada. Se obsesiono con él hace un año, más o menos.

—¿Ah, sí? —A Kitty le encantan los cotilleos.

—Me parece que soy un poco chismoso —dice Paul—. No se lo cuentes a nadie.

Kitty sonríe.

—Tranquilo, no lo haré. De todas formas, yo creo que ya lo ha superado. —Y me mira cuando añade—Se marcha a Liverpool.

—¿Sí? ¿Y qué va a hacer Charlie?

—Ha dimitido.

—¡Anda ya!

—¿Por qué se traslada Isla a Liverpool? —quiere saber Paul.

—Cuéntaselo tú —le digo a Kitty—. Yo tengo que ir al baño. ¡Dale una exclusiva! —Guiño un ojo a Paul y me dirijo hacia la casa.

Dentro hay todavía más gente. Miro alrededor en busca de John, pero no lo veo por ninguna parte. Y ya que estamos, tampoco encuentro el baño. Asomo la cabeza por una puerta, esperando encontrar una de las dos cosas. Cuando me doy media vuelta, me topo de bruces con Charlie.

—¡Ah! —grito.

—Ya me he enterado de lo que hiciste —dice con tono malicioso.

—¿El qué?

—Con John, lo de desintoxicarlo.

—Ah, ya, sí.

—Podrías haberlo matado —me espeta.

La miro alucinada. ¿Qué podría haberlo matado? ¿Pero qué ha oído esta?

—¡Los casos de desintoxicación de alcohol debe tratarlos un profesional!

—Venga ya —le contesto incrédula—. Dejar la bebida nunca ha matado a nadie.

—¿Estás loca? Cuando uno es alcohólico no puede dejar de beber así sin más. Te tienen que ayudar con medicinas.

¿Será verdad? Vaya.

—¿Y eso por qué lo sabes? —pregunto a la defensiva.

—Mi madrastra era alcohólica —me informa.

Me imagino a Charlie de niña, creciendo sin una madre de verdad y teniendo que vivir con una madrastra malvada y alcohólica. Casi siento lástima por ella.

—Ya, pero yo no creo que sea alcohólico. Y, en cualquier caso, ahora está mejor —le digo muy digna.

—Pues a mí no me lo parece...

Asiente con la cabeza. Me doy media vuelta y veo a John dejar un vaso vacío sobre una mesa y darle una palmada en la espalda a un chico con pinta de roquero. Dios. Me vuelvo hacia Charlie.

—¿Sabes dónde están los baños? —le pregunto entristecida.

—Por allí —señala.

—Hasta luego, Charlie —le digo, esperando no volver a encontrarla.

Salgo del baño para ver a John rematar otra copa. ¿Qué hago? ¿Me acerco? ¿Le digo algo? Contemplo desesperada que ha cogido una botella de vodka y que bebe directamente de ella.

No, ya no se puede hacer nada. Está borracho perdido.

Al volver me encuentro con unos sonrientes Kitty y Paul.

—¿Todo bien? —Paul se pone serio cuando ve la expresión de mi cara.

—John está dentro, poniéndose ebrio.

Bajo la cabeza.

—No podemos hacer nada, Meg.

Miro triste en dirección a la mansión.

—Meg —me dice—, tienes que dejarlo estar.

—Tengo que dejarlo estar —contesto irritada.

Kitty parece incómoda ante esta nueva situación.

—Bien —dice Paul de repente—, voy a la barra. ¿Seguimos con cócteles?

—¡Por mí, sí! —contesta Kitty con entusiasmo.

Yo asiento sin muchas ganas.

—¡Es encantador! —suelta Kitty en cuanto Paul se da media vuelta. Siento un retorcijón en el estómago—. ¿Tiene novia? —pregunta.

—No —contesto con brusquedad—. Bueno, en realidad no lo sé. Quizá sí — añado, mirando para otro lado.

—Le gustas mucho —dice.

Me vuelvo hacia ella en el acto.

—¿A qué te refieres? ¿En qué sentido?

—Ya sabes en qué sentido...

—¿Por qué lo dices? —pregunto, noto tensión en el estómago, pero no me resulta desagradable.

—Por cómo habla de ti.

—¿Ah sí? —No me lo creo—. ¿Qué te ha contado?

—Nada, me ha hablado de la gira y todo eso. De cómo a los dos les gusta el mismo cereal para niños... —Sonríe.

Paul vuelve, luchando para que no se le caigan las copas.

—¡Rápido! ¡Tomen esto! —Kitty y yo le obedecemos entre risas. Luego me pongo seria.

—Me parece increíble que le hayas contado lo de nuestra adicción por los Fruity Jewels.

Él también adopta un semblante circunspecto.

—He pensado que lo mejor es afrontar el problema, Meg. Es la única forma de superarlo.

—Pero yo no estoy preparada para dejarlo todavía, Paul. Es demasiado pronto.

Me toma de un brazo y me mira a los ojos.

—Lo sé. Pero todo saldrá bien.

Kitty se ríe y me mira con descaro. Yo le lanzo una mirada de reproche y después me fijo en John, que está al otro lado de la piscina observándonos con expresión fría. Me había olvidado de él por un momento. Por señas le pregunto cómo está.

Paul me mira a mí y luego a John justo cuando camina de nuevo hacia la casa. Entonces me vengo abajo.

Después de aquello no consigo divertirme, y sé que estoy deprimiendo a los demás. Es muy difícil la compostura cuando no tengo ningún control sobre lo que hace John. Digo a los demás que me apetece dar un paseo. Estoy segura de que Paul sabe que voy a buscar a John.













Paul y Meg, que tal ehh hahaha espero les guste el cap, ya saben que los comentarios me encantan :P y gracias por seguir leyendo. :)

CAPITULO 45

—¿Dónde estuviste tanto tiempo? —intento que no se me note el enfado, pero me parece que no lo estoy consiguiendo.

Oí a John volver a casa a las tres de la mañana. No vino a mi habitación como esperaba, pero tampoco trajo a nadie a casa, así que por lo menos pude dormir un poco.

—Por ahí, ya sabes —contesta mientras abre un armario y saca un vaso que luego llena de zumo de manzana.

Estamos en la cocina. Es sábado por la tarde y se acaba de levantar. Paul está en el estudio, trabajando.

—¿Estuviste con Lola? —pregunto como quien no quiere la cosa.

—Claro.

No digo nada, abro la nevera y miro en su interior sin el menor interés. Luego la vuelvo a cerrar.

John se apoya contra la encimera y me mira.

—¿No estás celosa, verdad?

—¡No! —exclamo.

—Bien. —Deja el vaso medio lleno en el fregadero y sale de la cocina.

Me bebo el zumo que ha dejado y, por falta de algo mejor que hacer, lavo el vaso en lugar de meterlo en el lavavajillas. Consulto el reloj de la cocina. Casi la una y media. Debería preguntarle a Paul si quiere comer algo. Seguro que tiene hambre.

Camino hacia el estudio, pero me detengo ante la puerta cuando me doy cuenta de que John está dentro con él.

—¿Te lo pasaste bien anoche, eh? —oigo que dice Paul.

—Sí, genial.

—¿Conseguiste hacértelo con Lola, no?

John se ríe entre dientes.

—No, todavía no.

—Tranquilo —contesta Paul divertido—, ya verás cómo acabará sucumbiendo a tus encantos. Todas lo hacen.

Me aparto de la puerta sintiéndome como si alguien me hubiera pegado un puñetazo en el estómago. Me tambaleo en mis zapatos de plataforma y casi me caigo al suelo. Se me escapa un grito.

—¡Meg! —John aparece en la puerta, sorprendido de verme—. No sabía que estabas ahí. ¿Estás bien? —pregunta preocupado.

—Sí, muy bien —contesto apresuradamente intentando no cojear—. Iba a preguntarles si querían algo para almorzar.
—¿Almorzar? —dice Paul—. ¿Qué hay? —Aparece en la puerta, detrás de John—. ¿Qué te ocurre? —pregunta cuando me ve la cara—. Estás pálida como el papel.

—No es nada —contesto—. Hum... —Me estremezco e intento recuperar la compostura—. Creo que hay pollo con verduras y Rosa también ha dejado un poco de sopa.

—¿Sopa de qué? —pregunta Paul.

—Hum... de verdura, creo. —Miro a John.

—¿Hay pan? —pregunta Paul.

—¿Qué? Pan, sí, pan. Sí, hay pan.

Paul se ríe.

—Hoy no estás muy fina, ¿eh, Megan?

John se rasca la barbilla.

—Voy a alentar la sopa. —Doy media vuelta y me dirijo a la cocina.

—¿Qué le ocurre? —oigo que pregunta Paul. No consigo escuchar la respuesta de John.


—Bueno, ¿y cuándo empieza la fiesta? —pregunta Paul a John poco después, cuando estamos todos en la cocina.

¿Fiesta? ¿Qué fiesta?

—Saldremos de aquí a eso de las nueve —contesta John. —¿Te apuntas? —me pregunta Paul.

—¿Qué fiesta es esa?

—La de no sé qué ejecutivo de la discográfica, ¿verdad, John? Irán muchos famosos. Estará genial.

—Ah, ya sé a cuál te refieres. —Miro a John, pero nada en su expresión me indica si le importa o no que me una.

—¿Tienes otros planes? —pregunta Paul viendo que dudo.

—No...

—Pues entonces te vienes —dice Paul con naturalidad—. Necesito a alguien que me haga compañía mientas este se dedica a ligar con las invitadas.

Miro a John entornando los ojos. A la mierda. —Esta bien. —contesto—. Voy.














Uno mas :D espero les guste, aun falta un poco para el final, pero ya no mucho :S ¡Cuidense!

jueves, 9 de octubre de 2014

CAPITULO 44

—Tomaré un whisky doble. ¿Qué quieren ustedes dos? ¿Una botella de champán?

Paul y yo nos miramos preocupados.

—¿Qué? —exclama John—. ¿Cuándo he dicho yo que fuera a dejar de beber para siempre?

Es una pregunta retórica así que no le hago ni caso y contesto:

—Me apetece champán.

—¿Por qué se fueron de Scarborough? —pregunta Paul. Estamos poniéndole al día sobre lo que ocurrió desde la última vez que nos vimos. Supongo que será mejor obviar la parte en la que nos acostamos...

John comienza a contar la historia, pero no puedo evitar intervenir y dar mi versión de los hechos. La camarera llega con nuestras bebidas.

—El muy cabrón no me dejó fumar, así que lo mandé a la mierda —dice John, tomando el vaso antes de que la camarera lo deposite sobre la mesa. Se lo bebe de un trago—. Otro, por favor —le dice al tiempo que deja el vaso vacío sobre la bandeja—. Dejen de mirarme así.

—¡John!

—Hola, hombre, ¿qué tal estás? —La expresión de John se transforma cuando reconoce a quien nos ha interrumpido. Creo que lo vi en la fiesta del estreno de Amber.

—Genial. ¡Cuánto tiempo! Oye, ¿vas a ir al concierto de Spooky Girls después?

¡Mierda!

—No. No sabía que tocaban hoy.

—Sí, hombre, en el Whisky. ¡Vente! Lola dijo que estabas en la lista de invitados.

Contengo la respiración.

—Pues iré, claro.

Joder.

—Eh, Laurence —continúa John—. Ya conoces a mi amigo Paul, y esta es Meg, mi asistente personal.

Laurence se inclina hacia la mesa y estrecha la mano de Paul y luego la mía.

—Pueden venir ustedes también, cuantos más seamos, mejor.

El Whisky sigue como siempre, oscuro y deslucido. Varias personas han reconocido a John y Paul, pero los dejan en paz. Esta gente es demasiado genial para quedarse mirando a nadie, por muy famoso que sea.

Contemplo con envidia cómo Lola camina por el escenario como una supermodelo, mientras canta con un estilo pop. Lleva un vestido dorado de cintura alta y unas medias negras. Hay que tener muy buen cuerpo para lucir algo así, y ella lo tiene. Me siento estúpida, vestida con mis vaqueros ajustados y el top negro.

Observo a John. No le quita ojo. Miro más allá y veo a Paul, sonriéndome. Le devuelvo la sonrisa, pero me siento fatal. Quiero irme a casa. Y quiero que John venga conmigo.

Cuando Paul se acerca a la barra, me vuelvo hacia John. —¿Le vas a contar a Paul lo nuestro?

—¡No! —me mira aterrorizado.

—¿Por qué no?

—No es asunto suyo.

Tras los tragos, adopto una postura más alegre y risueña. —¿Llamo a Davey para que nos recoja?

John niega con la cabeza.

—No. Me voy a pasar a saludarlas. ¿Están bien los dos aquí?

—Claro —contesta Paul, pero su amigo ya está caminado hacia la puerta que lleva al escenario. Llena de angustia, lo veo alejarse.

—¿Contenta de haber vuelto a Londres? —Paul se gira hacia mí—. ¿Meg? ¿Hola?

—¿Qué?

Repite la pregunta.

—Sí, muy contenta. —Y lo estaría mucho más si consiguiera relajarme un poco.

—Supongo que debió de ser duro cuidar de John en los Dales, ¿verdad?

—No fue tan terrible —contesto distraída. ¿Adónde ha ido? ¿Estará con Lola?

Recuerdo lo que dijo hace unos días: “Sabes que para mí tú eres especial, ¿verdad?”. Ahora busco consuelo en esas palabras.

Tras media hora de charla en la barra, Paul dice:

—No sé si este va a volver, ya me entiendes —bromea y pone los ojos en blanco. La verdad es que yo no le veo la gracia por ninguna parte—. ¿Le mando un mensaje para asegurarnos? —pregunta.

—Sí, buena idea. —Por unos momentos habla con un mesero, pidiéndole que le entregue un mensaje a John. Después continúa hablando.

—¿Lo habrá recibido? —pregunto.

Paul pregunta de nuevo para comprobar.

—No, así que...

No puedo concentrarme. Le pido que pregunte otra vez tras un rato, John sigue sin responder. Odio lo insegura que me hace sentir.

Paul bosteza.

—No sé, yo creo que deberíamos marcharnos.

—No, hum —tartamudeo—. Mejor no. Creo que deberíamos esperarlo.

—Ya es mayorcito, se las arregla muy bien solo. —Paul me sonríe y deja su vaso vacío sobre la barra.

—No, yo creo que... Quizá piense que Davey viene a recogerlo.

—Pues le diremos que venga a por él —dice, encogiéndose de hombros. —Hum —me balanceo en el sitio. ¿Qué carajos me pasa?

—¿Estás bien, Meg? Esta noche pareces un poco nerviosa.

—¡No! ¡Estoy fenomenal! —le aseguro enseguida—. Bueno, seguro que tienes cansancio y ... —Pues sí.

—Vámonos, venga. —Echo otra mirada desesperada a la puerta que da al escenario y sigo a Paul fuera del local.











Hola de nuevo, aquí esta el nuevo cap, de vez en cuando me doy un respiro entre los examenes y que mejor que publicando un cap y ademas en el cumpleaños de Johnny :D espero les guste. ¡Cuidense! :)

miércoles, 8 de octubre de 2014

CAPITULO 43

No quiero asustarlo, así que intento actuar con la mayor normalidad posible.

—¿Sabes algo de Paul? —le pregunto cuando entro el estudio el lunes para mostrarle un par de cartas de fans medio locas.

—¡Esta es buenísima! —exclama mientras lee la carta de una mujer de treinta y cinco años que asegura ser capaz de cantar su álbum de debut hacia atrás. También dice que le encantaría hacerle una demostración, en persona.

—Que venga —me dice.

—¿De verdad? —pregunto sorprendida.

—Es broma, Nutmeg. Esto es para pedir una orden de alejamiento —bromea mientras me pasa la carta—. Y sí.

—¿Sí qué? ¡Ah! ¡Paul! ¿Has hablado con él? —pregunto. —Sí. Hace un par de días. Vendrá a finales de semana. —¡Genial! —sonrío.

John me mira intrigado.

—¿Qué? —pregunto.

—Nada. —toma su guitarra.

—¿Qué tal va todo? —Y señalo el instrumento con la cabeza.

—Bien —contesta al tiempo que comienza a tocar.

—Suena genial —comento y entonces recuerdo cuando al poco de llegar no me gustaba nada de su música.

Interrumpe la música y deja la guitarra a un lado, mientras yo temo haber metido la pata otra vez.

—Aún no está terminada —me dice mientras toma la taza de café que le acabo de traer.

Qué alivio.

—Bueno, voy a seguir con lo mío. —Y me dirijo hacia la puerta.

—Nutmeg.

Me doy la vuelta y lo miro expectante, mientras deja la taza. —Ven aquí —dice, haciéndome señas con el índice.

Lo miro sin saber qué hacer.


—Que vengas —repite, recostándose en su silla giratoria.

Camino hacia él. Me toma de la mano y tira de mí hacia su regazo. Suspiro.

—¿Te apetece uno rapidito?




—¡Eh! —grita Paul al entrar en el despacho para saludarme cuando llega el viernes. Yo me levanto y rodeo el escritorio para abrazarlo.

—¿Cómo estás?

—¡Bien! —le sonrío. John aparece detrás de él y me guiña un ojo.

—¿Cómo te trata? —pregunta Paul, señalando a su amigo—. ¿Te ha dado mucho la lata?

—No —niego con la cabeza y me sonrojo. Paul me mira divertido.

—Bueno, ¿y esta noche a dónde vamos? —pregunta Paul volviéndose a John.

—¿No estas cansado? —le pregunto sorprendida.

—Sí, pero como me va a obligar a salir de todas formas... Ya me he hecho a la idea.

John se encoge de hombros.

—Pues no sé. Al Mint Room, por ejemplo. ¿Quieres ir a la piscina? —le pregunta a Paul.

Paul asiente y lo sigue mientras yo llamo al Mint Room.

Se comportan como siempre. Me encanta cómo los hombres pasan por encima de sus rencillas así tan facilmente.

Mi obsesión con el correo de las fans ha empeorado esta semana. Ayer vi un mensaje en de la chica asiática, Nika, en el que le preguntaba a Johnny si quería quedar con ella otra vez. Lo borré y luego se me ocurrió que habría sido más inteligente contestar al mensaje en nombre de John y decirle que no estaba interesado.

Aparece otro mensaje, es una invitación para que John vaya al concierto de esta noche de Spooky Girls. Muevo mecánicamente el dedo hacia el botón de borrar. Ya me deshice de otro mensaje de las dichosas Spooky Girls esta misma semana, pero esta vez me detengo. ¿Y si Lola le pregunta a John la próxima vez que lo vea? Hum. En ese caso alegaré que se me olvidó mencionárselo.

Consulto mi correo y tropiezo con un mensaje de Bess:

“Eh, ¿qué tal estas?”

Qué concisa. Debería contestar, pero tengo tanto que contarle... que no puedo contarle...

Le escribo:

“Bien.”

Me siento tentada a dejarlo así. Bueno, ella también ha sido breve ¿no? Pero me apetece reírme un poco y sigo:

“De hecho, ha sido fantástico. John y yo no paramos, parecemos dos conejos. Es el mejor sexo que he echado nunca. Mejor incluso de lo que imaginas.”

Me río entre dientes y rompo la hoja.

Tomo una nueva y comienzo a escribir:

“Todo va bien. Estoy de vuelta en Los Ángeles, después de la escapada. Me alegré mucho de verte en Londres y de conocer a Serena.”

Qué mentira.

“La próxima vez tenemos que salir por ahí las tres. Estaría genial.” Trola, trola, cuánta trola.

“¿Y tú qué tal estás? ¿Lo pasaste bien en el concierto de Liverpool? Lamento haberme marchado así, pero seguramente ya habrás oído lo que sucedió. Bueno, tengo que seguir trabajando...”

Bostezo y termino la carta, después me recuesto en la silla, aburrida.

Entonces recuerdo a Bess cantando en mi fiesta de despedida y, antes de darme cuenta, se me ha formado un nudo en la garganta. ¿Cómo he podido distanciarme tanto y tan rápido de mi mejor amiga? Y no solo de Bess. Apenas mantengo el contacto con nadie más.

Recuerdo cuando comencé a trabajar para John. La ilusión que me hacía mandarle una foto de su torso desnudo en la piscina... Lo gracioso que me parecía imaginar los chillidos que daría al verla... Y también lo mucho que insistió en venir a visitarme. Sin embargo, y siendo sincera, eso nunca me lo planteé en serio. No habría funcionado.













Perdonen la demora, pero los exámenes me están matando. Pero aquí esta un nuevo capitulo :D espero lo disfruten. Gracias por seguir leyendo :)
PD: De aquí al viernes, publicare un capitulo diario. :)

domingo, 14 de septiembre de 2014

CAPITULO 42

—¿A qué venía eso? —pregunta Santiago cuando aparezco por el otro lado de la casa.

Niego con la cabeza y no le contesto. Después entro en la casa y cierro las puertas correderas.

Esa noche estoy tumbada en la cama, totalmente despierta. El día lo pasé como ida, incapaz de concentrarme en nada, sin ganas siquiera de leer los mensajes que dejan las groupies en el correo.

John, Paul, Paola, Kitty... caras y nombres pasan por mi cabeza mientras intento completar el rompecabezas dentro de mi cabeza.

¿Qué ocurrió con John y Paola? ¿Por qué dejó el trabajo? ¿O acaso la despidieron? ¿Se acostaron? ¿Fue solo una vez? ¿Se enamoró de él?
Qué tonta, pienso antes de recordar que yo estoy en su misma situación. Es humillante pensar que con ella pasó lo mismo. Si es que fue así.

Dios. Siento ese dolor continuo que nunca me abandona. No me puedo librar de él. Estoy segura de que John estuvo a punto de besarme en el garaje. Yo desde luego lo estaba deseando. También sé que es un chico malo, y yo jamás me he sentido atraída por esa clase de hombres. Entonces, ¿por qué no puedo dejar de pensar en él?

Porque quiero que se enamore de mí. Quiero ser quien lo cambie.

Me imagino a mí misma caminando por la alfombra roja junto a él, cenando con él, gastando bromas a los paparazzis con él. Jamás me quejaría de que ir en moto me despeina. Tendríamos un perro. Yo lo cuidaría. Le caería bien a Rosa otra vez porque se daría cuenta de que estamos enamorados, que no soy solo un rollete pasajero, como todas las demás.

Yo soy diferente. Lo soy. ¿Quién más se preocupa por él como yo? Confía en mí. Me contó lo de su madre. Se ríe conmigo. Bueno, antes se reía. Y lo hará otra vez.

Oigo un ruido en el pasillo y levanto la cabeza de la almohada, sobresaltada. —¿Hola? —digo.

La puerta se abre y veo la silueta de John en el umbral.

—¿John? —pregunto, confusa.

Se acerca a la cama y yo intento incorporarme antes de que él aparte las sábanas. Una brisa fresca me golpea la piel. Estoy medio desnuda, solo llevo una fina camisola de color crema y las bragas.

Se sube a la cama y se arrodilla delante de mí. Yo respiro tan fuerte que parece que me hayan puesto un megáfono pegado a los labios. 

Noto sus vaqueros ásperos contra mi piel desnuda. Le desabrocho la camisa y le acaricio el torso mientras él me besa, con fuerza, apasionadamente. Su lengua sabe a alcohol y tabaco, pero no me importa. Se desabrocha el pantalón frenético y aparta mis bragas a un lado antes de tomarme, con fuerza y desesperación.

No recupero el aliento hasta bastante después, cuando descanso tumbada en sus brazos, temiendo que se vaya a su habitación. Incluso cuando se queda dormido y su respiración se hace más lenta, sigo pensando que se va a levantar y me va a dejar otra vez sola.

Al final supongo que me debí de quedar dormida porque cuando por fin me despierto a primera hora de la mañana, abro los ojos y lo encuentro tumbado a mi lado, observándome en silencio. No sonrío, él tampoco. Me quita la ropa, esta vez se toma su tiempo.

Te cambiaré. Conseguiré que me quieras.

Después me sonríe, su expresión se ha suavizado.

—¿Tomas la píldora? —pregunta.

—No. —Inmediatamente me preocupo.

—Tranquila, yo siempre utilizo condones —dice—. Pero quizá deberías comprar la píldora del día después.

—Vale, eso haré —contesto—. La compraré hoy mismo.

No parece que le preocupe mi historial sexual. Dobla los brazos detrás de la cabeza y mira al techo.

—No me gustó verte con Santiago —dice. —No estaba haciendo nada —le contesto. 

—No me gustó.

Me incorporo un poco, me apoyo en un codo y le acaricio el estómago. Me mira y luego vuelve a centrarse en el techo.

Me coge la mano y se la lleva a los labios.

—Nunca te he dado las gracias —dice.

—¿Darme las gracias? ¿Por qué?

—Por llevarme a los Dales. Por cuidar de mí. Sabes que para mí eres especial, ¿verdad?

La felicidad burbujea dentro de mí y asiento con la cabeza. Entonces aparecen de nuevo los nervios. Sé que no debería preguntar, pero no puedo evitarlo.

—John... —le tanteo insegura—, ¿qué hubo entre Paola y tú? Me suelta la mano y me mira con dureza.

—No quiero hablar de eso.

—John, por favor. La vi el viernes por la noche. Sé que ella también me reconoció. ¿Qué ocurrió? ¿Por qué no me lo quieres contar?

Parezco la típica pesada, pero las palabras salen por mi boca sin ningún control.

—No pienso hablar del tema —dice, sentándose en la cama—. Ni contigo, ni con nadie.

Sale de la cama, todavía desnudo, toma sus calzoncillos y se los pone.

—¿Adonde vas? —pregunto, intentando no sonar desesperada. No quiero que me vuelva a dejar.

—Tengo que trabajar un rato.

—Es domingo —contesto—. ¿De verdad tienes que irte?

—Sí. —Su tono no admite discusión—. Los discos no se componen solos, Nutmeg. —Me sonríe y me relajo sobre la cama al oír mi mote, mientras observo como recoge su ropa y sale por la puerta.












¿Y quien no sonreiría con una sorpresa como esa en su cuarto? ¡Por dios John! hahaha creo que yo me emocione tal y como si lo estuviera leyendo hahaha lo siento. Espero les encante este capitulo y de nuevo gracias por sus comentarios. Les tengo una propuesta, que dias les gustaria que publicara los caps? Diganmelo en los comentarios. PD: Serán dos días a la semana. PD 2: Ya saben que pueden pasar por mi twitter (@cookierush) para cualquier duda, comentario y aclaración hahaha. Gracias por seguir leyendo. :D

CAPITULO 41

Santiago aparece por casa al día siguiente y es agradable verlo después de tanto tiempo fuera. No ha hecho calor suficiente para bañarse en la piscina, pero como hay que limpiarla de todas formas, me uno a él en la terraza para charlar.

Quiere que le hable de la gira, pero más que nada, quiere saber qué ocurrió cuando John y yo desaparecimos de la faz de la tierra. Tengo que tener mucho cuidado con lo que digo. Brian no ha hablado conmigo desde que volvimos. Si llama para hablar con John, va directamente al grano. John mantuvo su palabra y lo amenazó con despedirlo. Eso, al menos, me consuela algo.

—¿Adonde fueron? —pregunta Santiago.

—A una casita de campo en mitad de ninguna parte —le digo—. Para que se desintoxicara.

—¿No hicieron otra cosa, verdad? —pregunta, guiñándome un ojo. —¡Claro que no! —contesto airada.

Me sonríe socarrón.

—¿Dónde está John?

—En su estudio, creo.

—¿Crees que le importará que fume?

—Mejor da la vuelta hasta la parte de delante, por si las moscas —le digo—. Yo te acompaño.

Caminamos hasta la parte delantera de la casa y nos sentamos bajo un árbol, cerca del garaje. Santiago lleva unos pantalones cortos de color beige y un chaleco blanco. Yo visto un jersey rojo y unos vaqueros. Puede que sea invierno, pero el tiempo es muy suave.

—¿Qué país te gustó más? —pregunta Santiago mientras se enciende un cigarrillo y se apoya contra el árbol. Yo me siento con las piernas cruzadas frente a él.

Medito la respuesta.

—Pues es difícil de decir. Algunos países destacan de los demás, pero no siempre por algo bueno.

—Ah —dice mientras me mira con sus oscuros ojos.

—Ámsterdam me encantó...

—¡Drogas! —bromea.

—No, no es por eso —me río—. No, me gustaron los canales. Es un lugar bonito, pero también pasé una mala noche allí, así que digamos que eso me fastidió el recuerdo.

Pienso en Paul de nuevo y recuerdo cómo me cuidó. De repente me entristezco. Desde que volvimos no he vuelto a saber de él. Al menos conmigo no se ha comunicado. John no ha dicho nada tampoco. Miro el cigarrillo de Santiago, absorta.

—¿Por qué fue una mala noche? —pregunta.

—Bebí demasiado. —No le cuento los detalles—. También me gustó mucho Barcelona. —Pero, de nuevo, tengo malos recuerdos de esa ciudad porque allí fue donde supe lo de la abuela. Y fue donde vi a John drogarse por primera vez...

—Me encantaría ir allí —comenta. 

—Y deberías.-

—Ni siquiera tengo pasaporte —dice. 

—¡Pues háztelo! —río.

También me gustó París, pero ahí se produce otra de esas combinaciones de bueno y malo. Últimamente ha habido mucho de eso. De súbito recuerdo a John besándome.

—¿Me das un cigarrillo? —le pregunto a Santiago de repente. No fumo desde mi primer año en la universidad, pero ahora mismo me apetece uno, así, de repente.

Me mira sorprendido, pero me pasa un cigarrillo y luego se inclina para encenderlo. No he dado más de dos caladas cuando aparece John doblando una esquina en dirección al garaje y vestido con la ropa de motero.

—¿Qué mierda haces? —dice cuando me ve. Se acerca a grandes zancadas y me arrebata el cigarrillo de los dedos.
—¡Eh! —exclamo.

—¡Tú no fumas! —grita, arrojando el cigarrillo al suelo—. ¿Y qué carajos haces tú? —Descarga su ira en Santiago—. ¡A trabajar!

Santiago se pone en pie de golpe y tropieza sobresaltado. Después vuelve a toda prisa a la parte de atrás de la casa y desaparece de mi vista.

Observo a John alucinada mientras él fulmina con la mirada a Santiago. Luego me mira con tal expresión de asco que casi me caigo para atrás. A continuación se dirige al garaje, sin decir ni una palabra.

—¡Eh! —le grito.

Ni caso.

—¡John!

Va directo al garaje.

Ahora sí que estoy enfadada.

Me levanto y lo sigo. Abro la puerta lateral y luego la cierro con un portazo. Da media vuelta al oírlo.

—¿Te importa? —me dice a gritos.

—Pues ya que lo dices, sí me importa —contesto—. ¿Qué carajos te pasa?

—Déjame, Meg —me avisa, volviéndose hacia la moto.

—No, no lo voy a dejar, John. No puedes echarme un polvo, ignorarme y luego abroncarme si fumo.

Se sube a la moto, gira la llave de contacto y pone el motor en marcha.

—¡John, te estoy hablando! —Pero el estruendo de la moto ahoga mi voz. Alargo el brazo para apagar el motor, pero él me toma de la muñeca, con fuerza— . ¡Suéltame!

No lo hace. Me mira los labios mientras intento liberarme, pero me suelta cuando oye pasos sobre la gravilla, frente a la puerta del garaje abierta. 

Me giro y veo a Lewis, uno de los guardias de seguridad de John, ocupado en sus cosas. Cuando quiero darme cuenta, Johnny ha vuelto a poner en marcha el motor. 

Toma el casco del manillar y se lo pone antes de salir derrapando del garaje. Me cruzo de brazos mientras lo veo alejarse.










Es corto, lo se, pero con este John, aunque sea corto, es emocionante hahaha. De nuevo gracias por seguir leyendo y por los comentarios :D Cada vez que veo que comentan, me sacan una gran sonrisa :)
PD: El siguente capitulo es de los mas emocionantes! ;)

CAPITULO 40

Kitty ya está allí cuando llego. Mientras me acerco, intercepta a un camarero que sostiene una bandeja llena de canapés.

—¡Qué oportuna! —exclama—. ¡Ataca!

El camarero entorna los ojos.

—No, gracias, no tengo hambre —le contesto.

—¿No tienes hambre? —se extraña—. ¡Son canapés! ¡Esto se come sin hambre!

—No, de verdad —contesto—. No me apetece tomar nada.

Apenas he comido desde que volvimos. Incluso he dejado de tomar los M&M con cacahuetes.

—Vaya —parece decepcionada—. Yo me tomaré un par.

El camarero espera impaciente mientras Kitty escoge sus canapés para dirigirse después a toda prisa a un grupito de rubias escuálidas.

—¡Bueno! —Se vuelve hacia mí después de devorar un California roll—. ¡Cuéntame qué pasó!

Miro alrededor intranquila.

—¿Qué has oído?

—Bueno, en los periódicos no se ha hablado de otra cosa. Brian no paraba de decir que estaba en un “lugar secreto”, y que no podía decir nada.

No le digo a Kitty que el lugar también era secreto para él. No me extraña que Brian no haya aclarado nada, sería muy vergonzoso para él.

Continúa:

—Charlie estaba empeñada en que había ido a alguna lejana clínica de desintoxicación en Tailandia, pero no sé...- Charlie, es otra asistente personal, pero con una personalidad de los mil demonios.

—¿Cuándo viste a Charlie? —pregunto.

—En la fiesta de Nochevieja de Isla.- Isla, es la jefa de Charlie. Con un carácter mil veces peor.

—¿Fuiste? —No oculto mi sorpresa.

—Sí, porque Rod quería —me dice—. Bueno, ¿tenía razón? ¿Sobre lo de la clínica de desintoxicación?

—No —contesto—. Fuimos a los Dales.

—No me suena de nada —dice, ladeando la cabeza.

—No es ninguna clínica de desintoxicación —intento contener la risa—. Es un lugar en el norte.

—Espera. —Posa una mano sobre mi brazo—. Has dicho “fuimos”. ¿Estabas con él?

—Sí —contesto incómoda—. No quería ir a un centro, así que lo llevé a un lugar tranquilo, alejado de todo.

—Caray. —Me mira con los ojos como platos—. ¿Me puedes contar algo de que lo sucedió allí? —pregunta esperanzada.

—No. —Intento fingir pesar, pero en el fondo estoy increíblemente agradecida a las cláusulas de confidencialidad y al hecho de que estoy frente a alguien que lo comprende.

—Jo —dice desilusionada.

—¿Qué tal está Rod? —pregunto.

—Muy bien. —Suspira, es evidente que le gustaría seguir hablando de John.

No me apetece explicar nada. Acabo de ver a Lola, una roquera que canta en el grupo de chicas Spooky Girls. Va muy guapa, con un vestido corto rojo y zapatos de tacón blancos. Recuerdo que John admitió estar colgado de ella tras pasar la noche en el Standard Downtown, al poco de llegar yo a Londres. La idea de verlos juntos ahora me hace sentir peor que entonces.

—¿Seguro que no quieres un canapé? —pregunta Kitty al ver pasar al camarero. El hombre nos ha estado evitando desde su primer encuentro con Kitty.

—Seguro —contesto distraída. —

—¡Eh, mira! ¡Paola está aquí!

Eso sí que me interesa. Me doy la vuelta hacia donde Kitty señala.

—¿Dónde?

—Ahí —indica Kitty con un movimiento de cabeza para evitar apuntar con el dedo—, la chica alta, delgada, con el pelo largo castaño oscuro...

—Ya la veo —la interrumpo.

La antigua asistente personal de John es todavía más guapa de lo que había imaginado. Está charlando animadamente con otra chica que parece de su misma edad, treinta y pocos años, supongo. Su amiga le dice algo y Paola echa la cabeza hacia atrás y ríe. Tiene una bonita sonrisa.

—¿Quieres acercarte a hablar con ella? —pregunta Kitty.

—No —aparto la mirada. Quizá sienta curiosidad, pero no tengo ninguna gana de conocerla.

Oigo un familiar murmullo de emoción recorrer la sala y veo a John en la entrada.

Kitty me da un codazo alegre mientras observo a este atravesar el local hasta llegar a un grupito de gente joven y guapa.

No puedo creer que nos acostáramos.

Parece tan irreal... Y pensar que mis manos recorrieron todo su pecho. Que le desabroché los pantalones... Cuando recuerdo la intensidad con que sus ojos se miraron en los míos siento un escalofrío que me atraviesa todo el cuerpo.

—¿Estás bien? —dice Kitty.

—Hum.

Aparto los ojos de mi jefe y miro hacia atrás para estudiar la reacción de Paola. Parece sorprendida. Su amiga le dice algo al oído y las dos me miran inmediatamente.

—Oh, te han visto. —Kitty ríe entre dientes, totalmente ignorante de lo incómoda que es esta situación para mí.

Me vuelvo hacia John. Sostiene un vaso en la mano, yo diría que en su interior hay whisky.

—¡Oh, Dios! —murmuro.

—¿Qué? —pregunta Kitty preocupada. —Está bebiendo.

Sigue mi mirada hacia John.

—Mierda.

—Nunca dijo que lo dejaría por completo, pero pensé que...

En ese momento John me localiza, mira un poco más allá y se queda helado. Sé que ha visto a Paola. Sin dejar de mirarla, se toma su whisky de un trago y coge otro de un camarero que pasa.

Cuando me quiero dar cuenta, Paola y su amiga han salido del local.

Kitty, que también se ha dado cuenta, se vuelve hacia mí con los ojos desorbitados.

—Así que es cierto —digo en voz alta con el corazón en la garganta. 

—¿El qué? —pregunta con expresión de perplejidad.

—John se acostó con Paola.

Kitty mira a John.

—¿Cómo lo sabes?

—Lo sé.

Percibo algo rojo moviéndose y veo a Lola caminando en dirección a John. Él la coge de la mano al pasar, la atrae hacia sí y le da un beso en los labios.

Él ríe y ella lo aparta sin contemplaciones.

Los celos me corren por las venas como un veneno. No puedo seguir allí. Me vuelvo a Kitty.

—Me parece que me voy a casa.

—¿Te pasa algo?

—Bueno, no me encuentro muy bien. —Aquí no digo ninguna mentira. —Pero si aún no has visto al grupo.

—Ya lo sé, lo siento mucho.

—Bueno... —Kitty intenta no parecer demasiado decepcionada. —¿Estarás bien? —le pregunto. Me siento culpable por dejarla sola.

—Sí, no te preocupes por mí. Conozco a mucha gente aquí. Solo que no disfrutaré de su conversación como de la tuya —se lamenta—. Pero no te voy a pedir que te quedes si no te encuentras bien.

—Gracias —contesto. Miro hacia atrás de reojo para ver si John se ha dado cuenta de que me voy. Si es así, lo disimula muy bien.












Perdonen la tardanza, pero hace un par de semanas regrese a la universidad y ya saben, tareas, clases, desvelos y demás. Pero aquí esta un capitulo mas!! Espero les guste :D y gracias por sus comentarios. :)
PD: Publicare 2 capítulos mas esta semana :D