Lola me sonríe medio dormida.
—¿Qué tal? ¿No viniste al showcase de anoche?
—No —contesto seca.
—Pues no te preocupes, no te perdiste nada. —Y vuelve a sonreír.
No le devuelvo la sonrisa.
—Bueno, pues... —dice mientras hace ademán de pasar por delante de mí con los cafés— voy a llevarle esto.
Me aparto para que pase.
—¿Quieres que te pida un taxi? —le pregunto cuando por fin recupero el aliento. Quiero que se largue ya.
—No, gracias —contesta agradecida—. John ha dicho que ya me acercaría él. Si me atrevo, claro. —Pone los ojos en blanco y se dirige hacia las escaleras—. Joder, le gusta correr con la moto, ¿verdad? —Es una afirmación más que una pregunta—. Anoche no lo pasé tan mal porque había bebido algo, pero hoy la cosa puede ser distinta. Bueno, nos vemos —dice mirándome de reojo, pero al ver que no contesto, frunce los labios. Contemplo su llegada a lo alto de las escaleras y cómo después intenta abrir la puerta del cuarto de John con las manos ocupadas. Un segundo después la puerta se abre. Oigo reír a John cuando Lola entra.
Miro hacia atrás y veo a Rosa que me observa en silencio. Corro hacia el despacho y cierro la puerta.
Con ella no. Con cualquiera menos con ella. Es perfecta para él. Moderna, con talento... No le va a aguantar ninguna tontería. Él la respeta.
Permanezco sentada en el despacho, conmocionada, durante horas, incapaz de trabajar. A las tres, alguien llama a la puerta. Alzo la vista y veo asomarse a Rosa.
—Hoy tengo que irme antes —dice.
Yo asiento, como ida.
—¿Estás bien, cielo? —Su tono es de preocupación.
No contesto.
Entra en la habitación y cierra la puerta tras de sí. La miro mientras avanza hacia mi escritorio.
—Ven aquí. —Me hace una seña para que me levante y cuando lo hago me abraza con fuerza.
De repente echo de menos a mi madre. A Bess. Echo de menos a todos y a todo lo que tiene que ver con mi anterior vida, con mi verdadero hogar. Lucho contra las lágrimas, pero no logro contenerlas.
—Ya, ya, venga —dice—. Ya está.
—Lo siento —digo entre sollozos.
—¡No te disculpes conmigo! —me regaña.
No me dice que yo tengo la culpa. No me dice que me avisó. Seguramente fue testigo de algo muy parecido con Paola, y seguramente lo vio venir desde lejos, pero ella deja que me desahogue, y hace lo que puede para consolarme. Al final, se aparta.
—Me tengo que ir, cariño. Hoy actúa mi hija en la obra de su colegio. —Claro. —Intento sonreír—. Deséale buena suerte de mi parte.
—Lo haré.
No veo a John esa noche. Imagino que se habrá quedado en casa de Lola y yo lo paso fatal encerrada en su mansión un viernes por la noche, imaginando lo que estarán haciendo mis amigos en Liverpool.
Al día siguiente le oigo llegar, pero me quedo en mi habitación durante horas, pensando. Al final, bajo.
Miro por el cristal; la ciudad se extiende ante mí en una tarde brumosa. Pero no me fijo en las vistas. John está sentado en una de las tumbonas. Su pelo le oculta parte del rostro, pero puedo ver un cigarrillo encendido que baila en sus labios; a su lado, una botella de whisky. Está tocando la guitarra y yo lo contemplo mientras los músculos de sus brazos se tensan con el movimiento. Siento que unas cuerdas invisibles salen de mi estómago, cerca del corazón. Están unidas a él. Y me atraen hacia él, no importa dónde esté. Yo intento romperlas, pero se unen a él de nuevo. Dios, esto es muy duro.
Debo salir de aquí.
Tengo los ojos bañados en lágrimas mientras avanzo decidida hacia el despacho. Llamo al agente de viajes de John y reservo un billete para el próximo vuelvo disponible a Liverpool. Después llamo a Davey y le pido que me recoja a las tres. Mi vuelo sale por la tarde, pero esperaré en el aeropuerto. Cualquier cosa es mejor que quedarse aquí. Además sé que quizá cambie de opinión si me quedo más tiempo.
Tomo la maleta del armario del cuarto de la lavadora y la subo a mi dormitorio. Saco la ropa de los armarios, sin apenas molestarme en doblarla antes de meterla en la maleta. Veo de reojo la oveja que John me compró en los Dales. Está sobre una estantería en el armario abierto, observándome mientras hago el equipaje. Cuando por fin lleno la maleta, me incorporo y miro fijamente al juguete.
No, ni hablar, y me inclino para cerrar la cremallera. Que se quede donde está. Me imagino a John entrando en mi cuarto; abre el armario y el corazón le da un vuelco al darse cuenta de que me he ido.
Lo más seguro es que Rosa o Sandy, la asistenta, lo encuentren y lo tiren a la basura, pero mi fantasía me gusta más.
Garabateo una nota para Rosa, es difícil encontrar las palabras justas.
«Me tengo que ir. Lo siento mucho, pero ya sabes cuál es la razón. Disfruté trabajando contigo y te echaré de menos. Les deseo a ti y a tu familia lo mejor. Por favor, da recuerdos a Lewis, Samuel, Ted y Sandy...»
La dejo en la cocina, detrás de la tostadora. John no la verá, pero Rosa sí, en cuanto vuelva el lunes.
Con la maleta a un lado, echo un vistazo por la ventana. John ya no está en la tumbona. Miro alrededor, pero no lo veo. Bueno, quizá sea lo mejor.
Suena el videoportero. Es para mí.
Mientras Davey atraviesa las puertas, veo una camioneta verde que me resulta familiar.
¡Santiago! Me había olvidado de él.
—¡Para! —le digo a Davey y salto del coche.
—Hola, Meg —me saluda Santiago.
—Santiago, me marcho.
—¿Que te vas? ¿Por qué? —me pregunta sorprendido.
—No ha funcionado —le digo.
—Vaya, lo siento mucho. ¿Y con quién voy yo a charlar ahora los sábados?
—Pues en lugar de charlar tendrás que trabajar. —Sonrío y él me devuelve la sonrisa.
Tomo el bolígrafo de su carpeta y escribo mi dirección en un trozo de cartón viejo. Lleva la camioneta llena de envoltorios de comida basura.
—¡Escríbeme! —Y le paso el cartón.
Se encoge de hombros.
Me río.
—Es gratis, ¿lo sabes, no?
—Vale, ya veré qué hago —Pero el instinto me dice que no volveré a saber de él.
De repente escucho un rugido procedente del interior de la finca. Apenas puedo respirar al ver aparecer a John en su moto. El metal negro brilla con la luz del sol.
—Hasta luego. —Santiago arquea una ceja y luego mira a John antes de entrar con su furgoneta en el jardín.
John levanta el visor de su casco.
—¿Adónde vas?
—Me marcho, John. —Procuro mantener la voz calmada.
—¿Qué? ¿Así, sin más?
—Así, sin más.
Nos miramos a los ojos durante un momento, ninguno de los dos dice nada. Recuerdo que Davey me espera dentro del coche.
John asiente.
—Pues, esta bien —dice en tono cortante.
Baja el visor y acelera la moto, la rueda de atrás derrapa en la gravilla y deja tras de sí una estela de polvo.
No sé qué esperaba. ¿Que intentara detenerme, que me suplicara, que admitiera que había cometido un error?
Pero no, al final es él quien corta las cuerdas.
Después, en el avión, miro por la ventana e intento no llorar. Solo he durado seis meses en el trabajo, todavía menos que Paola, y ahora vuelvo a casa como una fracasada.
La tristeza me invade, silenciosa y aplastante. Cruzo los brazos sobre el pecho y aprieto con fuerza, para ahogar el dolor. No funciona. Siento que me comprime y sé que nadie puede aliviar esa presión. Lo que me pasó con John no lo puedo hablar con nadie. Aparte de él, Paul es la única persona que sabe lo nuestro, y eso me hace sentir insoportable y terriblemente sola.
No veo a John esa noche. Imagino que se habrá quedado en casa de Lola y yo lo paso fatal encerrada en su mansión un viernes por la noche, imaginando lo que estarán haciendo mis amigos en Liverpool.
Al día siguiente le oigo llegar, pero me quedo en mi habitación durante horas, pensando. Al final, bajo.
Miro por el cristal; la ciudad se extiende ante mí en una tarde brumosa. Pero no me fijo en las vistas. John está sentado en una de las tumbonas. Su pelo le oculta parte del rostro, pero puedo ver un cigarrillo encendido que baila en sus labios; a su lado, una botella de whisky. Está tocando la guitarra y yo lo contemplo mientras los músculos de sus brazos se tensan con el movimiento. Siento que unas cuerdas invisibles salen de mi estómago, cerca del corazón. Están unidas a él. Y me atraen hacia él, no importa dónde esté. Yo intento romperlas, pero se unen a él de nuevo. Dios, esto es muy duro.
Debo salir de aquí.
Tengo los ojos bañados en lágrimas mientras avanzo decidida hacia el despacho. Llamo al agente de viajes de John y reservo un billete para el próximo vuelvo disponible a Liverpool. Después llamo a Davey y le pido que me recoja a las tres. Mi vuelo sale por la tarde, pero esperaré en el aeropuerto. Cualquier cosa es mejor que quedarse aquí. Además sé que quizá cambie de opinión si me quedo más tiempo.
Tomo la maleta del armario del cuarto de la lavadora y la subo a mi dormitorio. Saco la ropa de los armarios, sin apenas molestarme en doblarla antes de meterla en la maleta. Veo de reojo la oveja que John me compró en los Dales. Está sobre una estantería en el armario abierto, observándome mientras hago el equipaje. Cuando por fin lleno la maleta, me incorporo y miro fijamente al juguete.
No, ni hablar, y me inclino para cerrar la cremallera. Que se quede donde está. Me imagino a John entrando en mi cuarto; abre el armario y el corazón le da un vuelco al darse cuenta de que me he ido.
Lo más seguro es que Rosa o Sandy, la asistenta, lo encuentren y lo tiren a la basura, pero mi fantasía me gusta más.
Garabateo una nota para Rosa, es difícil encontrar las palabras justas.
«Me tengo que ir. Lo siento mucho, pero ya sabes cuál es la razón. Disfruté trabajando contigo y te echaré de menos. Les deseo a ti y a tu familia lo mejor. Por favor, da recuerdos a Lewis, Samuel, Ted y Sandy...»
La dejo en la cocina, detrás de la tostadora. John no la verá, pero Rosa sí, en cuanto vuelva el lunes.
Con la maleta a un lado, echo un vistazo por la ventana. John ya no está en la tumbona. Miro alrededor, pero no lo veo. Bueno, quizá sea lo mejor.
Suena el videoportero. Es para mí.
Mientras Davey atraviesa las puertas, veo una camioneta verde que me resulta familiar.
¡Santiago! Me había olvidado de él.
—¡Para! —le digo a Davey y salto del coche.
—Hola, Meg —me saluda Santiago.
—Santiago, me marcho.
—¿Que te vas? ¿Por qué? —me pregunta sorprendido.
—No ha funcionado —le digo.
—Vaya, lo siento mucho. ¿Y con quién voy yo a charlar ahora los sábados?
—Pues en lugar de charlar tendrás que trabajar. —Sonrío y él me devuelve la sonrisa.
Tomo el bolígrafo de su carpeta y escribo mi dirección en un trozo de cartón viejo. Lleva la camioneta llena de envoltorios de comida basura.
—¡Escríbeme! —Y le paso el cartón.
Se encoge de hombros.
Me río.
—Es gratis, ¿lo sabes, no?
—Vale, ya veré qué hago —Pero el instinto me dice que no volveré a saber de él.
De repente escucho un rugido procedente del interior de la finca. Apenas puedo respirar al ver aparecer a John en su moto. El metal negro brilla con la luz del sol.
—Hasta luego. —Santiago arquea una ceja y luego mira a John antes de entrar con su furgoneta en el jardín.
John levanta el visor de su casco.
—¿Adónde vas?
—Me marcho, John. —Procuro mantener la voz calmada.
—¿Qué? ¿Así, sin más?
—Así, sin más.
Nos miramos a los ojos durante un momento, ninguno de los dos dice nada. Recuerdo que Davey me espera dentro del coche.
John asiente.
—Pues, esta bien —dice en tono cortante.
Baja el visor y acelera la moto, la rueda de atrás derrapa en la gravilla y deja tras de sí una estela de polvo.
No sé qué esperaba. ¿Que intentara detenerme, que me suplicara, que admitiera que había cometido un error?
Pero no, al final es él quien corta las cuerdas.
Después, en el avión, miro por la ventana e intento no llorar. Solo he durado seis meses en el trabajo, todavía menos que Paola, y ahora vuelvo a casa como una fracasada.
La tristeza me invade, silenciosa y aplastante. Cruzo los brazos sobre el pecho y aprieto con fuerza, para ahogar el dolor. No funciona. Siento que me comprime y sé que nadie puede aliviar esa presión. Lo que me pasó con John no lo puedo hablar con nadie. Aparte de él, Paul es la única persona que sabe lo nuestro, y eso me hace sentir insoportable y terriblemente sola.
¿Ustedes se habrían ido en esta situación? :)
¡¿PERO QUE COÑO PASO CON JOHN?!
ResponderEliminarParece que le gusta tener que evitar los sentimientos y compromisos que pudiera acarrearle Una relacion formal con Meg.
De verdad es una lastima :c, realmente crei que el cambiaria, pero veo que no :c y con eso me orillo a pensar que meg debio irse con Paul desde un principio.
Simplemente no concibo la idea de que se vaya , pero en efecto ¡YO TAMBIEN ME LARGARIA DE AHI!
seguramente es un infierno para la pobre Meg tener que estar viendo con cada chica que John se tire, y el parece no querer cambiar porque ya lo habia hecho con paola, al parecer johnny nunca cambiara >:c
por favor! sube pronto y no me dejes con esta duda que me esta mantando :C
bye bye:3
Dios, sinceramente, y respondiendo a tu pregunta, también me largo de allí XD porque el hecho de aguantar, ADEMAS su mala onda, aparte de que me ignore, creo que es demasiado! me lamento por la pobre Meg :( pero algo me dice, mi instinto de lectora jajajajja que esa dirección que le dio a Santiago tiene algún tipo de relevancia en el futuro... solo instinto.. ajajaajaja
ResponderEliminarPor favor, sube pronto! que nos tienes a punta de nervios cuando terminas los capis, por saber que pasará! saluditos :3 que estés de lo mejor! Amé el capítulo.