lunes, 29 de diciembre de 2014

CAPITULO 53

Una semana después, casi me da algo cuando entro a trabajar en el turno de tarde-noche y veo a un tipo sentado en una mesa, mirando a la pared. Al instante me doy cuenta de que no es John, pero es el segundo antes lo que me preocupa. Está claro que aún no lo he superado. Está claro que aún me falta mucho. Aunque me trató fatal, sigo pensando que quizá venga a buscarme. Hay que ser tonta.

Y como me pongo de los nervios cada vez que aparece un cliente, no reparo en uno hasta que lo tengo justo delante.

—¡Paul!

—Hola, Meg —me sonríe.

—¿Cómo me has encontrado? —pregunto sorprendida para luego añadir—: ¿Me has buscado? ¿O esto es una coincidencia? —Por favor, que no sea lo último. Me moriría de la vergüenza.

—John me dijo que estabas aquí.

—¿Así que fue John, eh?
—Sí —contesta con tranquilidad.
—¿Qué haces aquí? —pregunto, esperando no sonar demasiado brusca. Se remueve un tanto incómodo antes de contestar.

—Quería ver... quería ver si estabas bien.

Por el rabillo del ojo veo a mi jefe.

—¿Qué le traigo? —le pregunto al tiempo que saco la libreta—. Mi jefe me está mirando —le digo moviendo solo los labios.

—Ah, vale. Sí —dice, mirando la carta—. Tomaré el... hum, ¿qué está bueno aquí?

—Yo le recomiendo el pollo asado. Las patatas están riquísimas.

—Bueno, creo que voy a tomar solo un café. —Cierra la carta y extiendo la mano para que me la devuelva—. ¿Podemos hablar después?

—Intentaré volver cuando haya salido a fumar —susurro.

Media hora después, como prometí, vuelvo a ver a Paul.

—Bueno, ¿y qué tal te va? Ya veo que ahora trabajas aquí. ¿Dónde vives?

—Con mi amiga Bess —le contesto—. En su sofá. ¿La recuerdas? La conociste después de un concierto.

—Es verdad —dice.

—Pero tengo que salir de allí —continúo—. De hecho, he comenzado a buscar piso, así que si sabes de alguno...

Asiente con la cabeza, pensativo...

—Perdona, no paro de hablar. ¿Y qué pasa contigo? ¿Qué es de tu vida?

En ese momento mi jefe vuelve a la sala. Lo miro y me pongo tensa inmediatamente.

—¿Ya ha vuelto tu jefe? —pregunta Paul.

—Ajá.

—Oye, yo me tengo que ir. Tengo una reunión. —Arquea las cejas, haciendo como que se da importancia—. Pero quería saber si podríamos quedar para cenar una noche de estas.

—¿Para cenar?

—Sí, ya sabes, y ponernos al día. Para ver cómo estas... —añade.

—Sí, claro —contesto incómoda. No quiero que se haga ilusiones.

—¿Cuándo estas libre? —pregunta impasible.

—Mañana por la noche no trabajo.

—Perfecto. ¿Dónde vives? ¿Quieres que vayamos a un sitio cerca de tu casa?

—En Liverpool Bridge, pero no me importa desplazarme. ¿Dónde estás tú? — pregunto interesada.

—Al norte de la ciudad.
—¿Y si quedamos en el centro? —Sonrío—. ¿El bar Wallace? —¿A las ocho?
—Hecho.
Paul se levanta y deja el dinero sobre la mesa.

—Ah, y te he traído una cosa. —Me ofrece una bolsa de papel—. No es nada — añade rápidamente—. Ábrela cuando tu jefe no mire —me susurra disimuladamente. 

—Eh, vale, ¡hasta mañana!

Abro la bolsa cuando ya se ha ido y no puedo evitar una carcajada. Está llena de chucherías.

—¿Sabe John que estamos cenando juntos? —pregunto a Paul lanzándole una mirada inquisitiva desde el otro lado de la mesa. Él se reclina sobre el respaldo de su silla.

—No —dice cortante—. ¿Quieres que se lo cuente?
Me rasco la cabeza.
—No. No lo sé.
—Desde la última vez que nos vimos no he hablado mucho con él. 

—¿Tras aquella noche?—pregunto—.

—Sí —contesta, tamborileando con los dedos sobre la mesa. 

—Vaya, lo siento —digo.
—¿El qué? —me mira confuso.
—Que lo mío los haya distanciado.

—No seas tonta, Meg. No ha cambiado nada. Nada. Estaremos como siempre la próxima vez que nos veamos. No, es que he estado muy ocupado escribiendo y no he tenido tiempo para nadie. Bueno, excepto para ti —añade.

Le sonrío, ya no me siento incómoda. De hecho, en estos momentos no podría estar más a gusto.

—Mierda —masculla de repente. 

—¿Qué?
Mira de reojo a un lado.
—Mi ex acaba de entrar.

Sigo su mirada y veo a una pelirroja curvilínea con el pelo ondulado que habla con el camarero. Está con un hombre de piel aceituna y anchas espaldas.

—¿Estás bien? —pregunto a Paul. Él asiente, pero veo que no es cierto.

—¿Lo hacemos?

Me sonríe, sabe exactamente a lo que me refiero.

—Si.

Extiendo la mano sobre la mesa y acaricio la suya. Los dos nos inclinamos hacia delante mirándonos a los ojos como dos enamorados.

—Paul —le digo—, muchas gracias por el regalo. Ha sido un detallazo.

Me sonríe con cariño. Hace lo que puede por no reír.

—Meg, era lo menos que podía hacer. —Extiende el brazo y me acaricia la comisura de los labios—. Tienes un poco de kétchup...

—¿Ah, sí? —me río y tomo mi servilleta.

—¡Jane! ¡Hola! —le oigo decir de repente. Luego alzo la vista y veo a su ex de pie, junto a nuestra mesa.

Le sonrío.

Ella me mira y me dedica una sonrisa heladora.

—Hola, Paul.

—Jane —dice, con cariño—, esta es Meg. Meg, Jane. 

—¡Encantada de conocerte! —exclamo mientras le estrecho la mano. La tiene helada.

—Hola. —Parece sorprendida—. Este es Boris.

—Hola —dice Paul alegre y se estrechan la mano.

—Hemos venido a cenar algo —dice Jane.

—Vaya, ¡qué coincidencia! ¡Nosotros también! —contesta Paul tan entusiasmado que le doy una patada bajo la mesa. No sobre actúes, hombre.

—Les recomiendo las hamburguesas —dice. Jane lo mira con arrogancia.
—Soy vegetariana, ¿recuerdas?
Paul ríe.
—Ah, mierda, perdona. Es verdad. Bueno, pues que disfrutes de la cena —dice— . Tú también —le sonríe a Boris, que hasta el momento no ha dicho nada.

Boris asiente y rodea con su brazo la cintura de Jane para guiarla hacia la mesa donde su camarero los espera pacientemente con las cartas. Paul los mira alejarse.

—Paul —digo con firmeza.

—¿Hum? —contesta distraído.

—Mírame o se van a dar cuenta del engaño.

—Es verdad, sí, bien. —Se fija de nuevo en mí. Flexiona los dedos y toma su cuchillo y su tenedor para volver a dejarlos sobre la mesa.

—¿No habrás perdido el apetito, verdad? —pregunto preocupada. 

Respira hondo.
—Un poco, sí —contesta.
Frunzo los labios.
—¿Quieres que nos vayamos? Aquí tienen buenos postres... —intento tentarlo.

—O podríamos comprar unos helados en Leicester. —sugiere.

—¿Helado? ¿Con este tiempo? —pregunto, pero al momento me golpeo con la mano en la frente—. Perdona, por un momento había olvidado con quién hablo. Sí, vamos.

—Ha sido un poco raro —dice un rato después, tras haber salido del restaurante tomados de la mano.

Le froto el brazo.
—¿Estás bien?
—Sí —dice.
—¿De verdad se te había olvidado que era vegetariana? —pregunto. 

—No. —Sacude la cabeza y me sonríe.

—Oh... muy buena —digo, impresionada.

—Gracias. —Todavía sonriendo añade—: Por cierto, gracias. Ha estado genial.

—Bueno, tú harías lo mismo por mí —digo sonriendo y pensando en mi ex, Tom. Pero de repente, me acuerdo de John y la sonrisa desaparece de mi cara justo cuando Paul me mira.

—¿Y dónde quieres vivir? —cambia de tema.

—Pues no lo sé —contesto—. Me da igual, la verdad. Mientras no esté muy lejos del trabajo.

—¿Piensas seguir trabajando allí?

—Sí —contesto un poco a la defensiva.

—¿De verdad te ofreció Isla Montagne ser su asistente personal? —Me mira de reojo.

—Sí, me lo ofreció. —Sonrío—. Según parece John le dijo que era buena en lo mío. —Pongo los ojos en blanco como si no me lo creyera.

—Bueno, es que es verdad —dice Paul—. Al menos, mucho mejor que Paola —dice, repitiendo la broma que me gasto durante la gira.

—¿En todos los sentidos? —pregunto antes de taparme la boca con una mano—. Perdón, ese comentario está fuera de lugar.

Él se ríe, pero no dice nada.

Mucho después, después de los helados, de pasear un rato, tomarnos un café y no parar de hablar, Paul y yo nos encontramos en el corazón de la ciudad, punto medio para partir cada quien a casa.

—¿Sabes qué? —me dice—. Tengo una habitación de sobra, si la quieres. 

—Eh, ¿de verdad? —pregunto sorprendida.
—Sí.
—¿La pensabas alquilar? —quiero saber.

—No —admite—, pero si eres tan buena compañera de piso como asistente personal, no me puedo equivocar.

—Bueno, ahí tendrías que pedirle referencias a Bess —contesto y luego añado—: Aunque mejor no lo hagas. He dejado el cuarto de estar hecho una pocilga. Oh... eso me lo tendría que haber callado, ¿no?

Se ríe.
—¿Por qué no te pasas a tomar un té y la ves? 

—Claro, ¿cuándo?
—¿Tienes algún rato libre este fin de semana?

Escribe su dirección en un papel justo cuando un taxi aparece detrás de mi.

—¡Es el mío! —digo. Tomo el papel y le doy un beso en la mejilla. —Hasta luego, Megan —dice y me sonríe.

El piso de Paul es alucinante. Es un dúplex y está en un gran edificio blanco estilo georgiano. En el piso de abajo están el cuarto de estar con un gran ventanal que da a la parte delantera, y la cocina y el comedor que dan a la parte de atrás, con puertas francesas que se abren a un pequeño jardín. Arriba hay dos dormitorios, un gran baño y un pequeño despacho.

—Es muy bonito —digo por decimoquinta vez.

—He tenido suerte con mis compras — Me sonríe.

—¿Qué te parece? ¿Te la quedas?

—Me encantaría, pero ¿estás seguro? Si nunca has alquilado un cuarto antes... ¿No quieres tener tu propio espacio?

—Olvidas que antes vivía con mi novia —dice—, y la verdad, no me gusta estar solo. Prefiero tener compañía.

—Y yo. —sonrío—. He pensado en comprarme un estudio, pero creo que me sentiría muy sola.

Me pregunta cuánto pagaba por el cuarto en casa de Bess y acordamos la mensualidad, sin incluir los gastos. Luego entra en la cocina y pone la tetera al fuego. Yo me acerco a las puertas francesas y contemplo el desnudo jardín invernal. Está muy limpio y recogido. Seguro que en primavera se pone precioso. Siento una oleada de felicidad al pensar que estaré ahí para verlo.

—¿Sales mucho al jardín? —pregunto, después de tomar la taza que me ofrece.

—Sí, la verdad. Me gustan mucho las plantas. ¿Y a ti?

—Desde que vine a vivir a Liverpool no he tenido jardín, pero sí, me gustan mucho.

—Bueno, pues planté unos cogollos y podé unos matojos —dice imitando el acento de un granjero—. Así que en unos meses, esto se va a poner preciosíiiiisimo.

Me río.
—Qué idiota eres. —Le doy un sorbo a mi té—. Bueno, ¿y cuándo me instalo?












Paul y Meg viviendo juntos!! :O esta historia sorprende cada vez más, pero como ya sabemos todo lo que tiene un inicio tambien tiene un final :( y pues el final de esta historia será en el capitulo 60 :/ en verdad gracias por los comentarios y por seguir leyendo esta historia :D

domingo, 28 de diciembre de 2014

CAPITULO 52

Esa misma semana, un poco más tarde, Isla vuelve al club.

—Hola otra vez —dice.

—Hola —contesto—. ¿Qué quieres tomar?

—He hablado con John —me suelta sin más.

Mi corazón comienza a latir a toda máquina.
—Me dijo que eres muy buena asistente personal. Trago saliva.

—¿Ah, sí?

—Sí. Le sorprendió bastante saber que trabajas aquí. – Yo no digo nada.

—Bueno, ¿qué me dices? ¿Quieres trabajar para mí?

—Ya te dije que...

—Que eras una mala asistente personal, sí, sí, lo sé —me interrumpe—. Pero ahora que sé que estabas mintiendo, renuevo la oferta.

Suspiro.
—Mira, te agradezco mucho que me ofrezcas el trabajo y todo eso...

—¿De verdad lo vas a rechazar? —me reta.

La miro a los ojos por un momento, consciente de que mi jefe me está observando desde la zona del bar.

—Sí —contesto, y doy media vuelta.

—¿A qué ha venido eso? —me pregunta mi jefe después.

—A nada.

—Parecía bastante disgustada, Meg. Así que te sugiero que me cuentes qué ha pasado para deshacer el daño que has causado —me dice pedante.

—Me ha ofrecido un trabajo —le digo, lo que le sorprende bastante—. Pero lo he rechazado —añado y vuelvo al trabajo sin esperar a ver su reacción.

Un poco después, sentada en casa, en el sofá, es cuando comienzo a pensar en las palabras de Isla.

John sabe dónde estoy.

Me he esforzado mucho por no pensar en él. He evitado conversaciones en las que salía su nombre, revistas y periódicos donde quizás apareciera... Y ahora... Ahora sabe dónde estoy. Podría venir a buscarme si quisiera.

El corazón se me estremece con solo pensarlo.
¡Para, Meg! ¡Es un cabrón! Siento que debería abofetearme la cara para salir del trance.
Esa vida la dejaste atrás. No va a venir a por ti. Nadie va a venir a por ti. ¡Sigue con tu vida!
Pero siento un nudo en la garganta que crece cada vez más, hasta que no puedo evitarlo y rompo a llorar.

¡Mierda! ¿Dónde están los jodidos pañuelos de papel cuando los necesitas? Voy al cuarto de baño y tiró del rollo de papel higiénico, mientras intento controlar los sollozos. Son las doce pasadas y Bess y Serena duermen. Me sueno la nariz y vuelvo a mi “cama”. Pero en cuanto creo que he terminado de llorar, vuelvo a empezar. Intento ahogar el llanto con la almohada.

—¿Qué pasa? —escucho la voz preocupada de Bess por encima del sofá.

Bueno, está claro que no he llorado tan en silencio como creía. —Nada —le contesto—. Vuelve a la cama.
Se acerca y se sienta en el sofá.

—Meg, cuéntame qué pasa.

—¡No puedo! —exclamó y luego miro con preocupación a la puerta del cuarto de Serena (antes conocido como «mi dormitorio»).

—Tranquila —dice Bess—, duerme con tapones en los oídos. Y ronca como un elefante —añade, ladeando la cabeza.

—¿Y tú cómo sabes si los elefantes roncan? —pregunto entre lágrimas.

Bess me sonríe.

—Ahí casi me has parecido la Meg de siempre —dice, pero después se pone seria otra vez—. Perdona, no quería decir...

Me miro las manos. ¿Sabes qué? ¡A la mierda con las cláusulas de confidencialidad!

—Lo que voy a decirte no se lo puedes contar a nadie —la aviso.

—¡Claro que no! —susurra Bess. —En serio. Me podrían demandar... —Meg, suéltalo ya.

—Esta bien... —Respiro hondo y le cuento toda la triste historia. De vez en cuando suelta un ¡oh por dios!, pero en general se contiene bastante.

—Y aquí estoy —digo al final.

Agita la cabeza alucinada.

—¡No puedo creer que te acostarás con John Lennon! —exclama por trigésima vez.
Su reacción me habría hecho reír hace un mes. Ahora me pone triste. —¿Cómo coño conseguiste guardar el secreto? —pregunta.

—Yo te lo quería contar. Me moría de ganas, pero no podía. 

—Claro que podías —dice, frunciendo el ceño.
—No, Bess, no podía...

—Sí que podías —repite.

Suspiro.
—Tenía miedo de que se lo dijeras a Serena y ella vendiera la exclusiva a alguna revista o algo así.

Me mira ofendida.

—¡Yo jamás le habría dicho nada a Serena! ¡Es incapaz de guardar un secreto! La verdad es que me parece un poco pedante, si te soy sincera.

Me río.

—¿Ah, sí?

—Sí, —asiente con la cabeza—. Pero cocina los espaguetis a la carbonara. Lo que se agradece después de comer tus judías carbonizadas con tostadas.

Ahora sí me río.

—Sabía que te haría reír otra vez. —Me sonríe—. Desde tu regreso has estado hecha un hielo.

—Lo siento.
—No te preocupes. ¿Estás bien? —me ofrece otro trozo de papel higiénico y me limpio los ojos.

—Lo estaré. Aunque ahora mismo me cuesta creerlo. ¡Dios! —resopló—. Solo duré seis meses. Y Paola aguantó ocho.

—No te tortures más con eso —dice Bess con tranquilidad—. Se enamoró de ti más rápido que de la otra. Si te sirve de consuelo, yo creo que deberías estar bastante satisfecha, la verdad.

Anda. No lo había visto así.












Eso de contar todo, me suena a mala decisión :/

CAPITULO 51

—Mamá dice que te han despedido del trabajo.

—No me han despedido, me he ido yo —le explico pacientemente a mi hermana por teléfono.

Estoy sentada en el sofá, en casa de Bess. Durante este último mes se ha convertido en mi cama. Serena pasó fuera las dos primeras semanas, pero ahora ya ha vuelto, y no hay mucho espacio. Necesito encontrar un lugar donde vivir, pero me cuesta mucho ponerme a buscar.

Después de ver un rato la tele por la mañana y de despachar varias bolsas de caramelos Haribo, por fin empecé a moverme, y hace una semana encontré un trabajo. La primera puerta a la que llamé fue Marie, mi antigua jefa. Se pasó los primeros minutos hablándome sobre su brillante nueva asistente personal, lo que no contribuyó mucho a mejorar mi autoestima, la verdad. Cuando por fin me dejó hablarle para informarle de que estaba sin trabajo, se quedó sin palabras por el sentimiento de culpa.

—¿Sabes qué? —dijo por fin intentando ayudar—. Acabo de terminar un trabajo para el dueño de un club privado. Me dijo que estaba buscando personal. Te puedo dar su número, si quieres.

Marie creía que necesitaba personal de oficina, pero cuando hablé con él resultó que lo que quería eran camareras. Entonces pensé: ¿y por qué no? Estoy harta de ocuparme de una sola persona. Bueno, pues siendo camarera tendré que atender a varias, pero al menos no será nada personal. Vienen, te dejan la propina y se marchan, justo lo que yo quiero.
—¡Es increíble que no me llamaras nunca! —se queja Susan. 

—Bueno, tú tampoco me llamaste a mí —le contesto.

—No quería molestarte. Mamá siempre decía que estabas muy ocupada.

—Y así era —admito—. De todas formas, ahora podemos charlar. ¿Qué tal todo?

—¿Qué ha pasado con el trabajo? —pregunta, volviendo al tema de John.
—No funcionó —contesto.
—Venga, cuéntame qué pasó...
—Pues verás, Susan, no podría contártelo aunque quisiera. Firmé una cláusula de confidencialidad.

Gran error. Ahora piensa que realmente sucedió algo y se pasa los siguientes minutos intentando
sonsacarme.

—Tony está enfadado porque no le trajiste un álbum firmado —dice por fin, hablando ya de su molesto marido.
—No sabía que quisiera un álbum firmado —suspiro.
—Pues te habrías enterado si hubieses llamado...
Otra vez con lo mismo. Cómo me alegró de haber vuelto a casa. No he visto ninguna noticia sobre John en la prensa. Ha estado sorprendentemente discreto. Probablemente estará encerrado en casa tirándose a Lola. Me estremezco solo con pensarlo.

El no poder sincerarme con Bess ha dificultado mucho las cosas. Al principio estaba un poco fría conmigo. La verdad es que aún está distante. No sé cómo vamos a superar esto.

Por fin cuelgo y me derrumbo en el sofá, mientras apunto con el mando a la televisión para subir el volumen. El cuarto de estar es un caos. No es fácil vivir solo con lo que hay en una maleta durante tanto tiempo. Me imaginó que a estas alturas Serena está harta de mí, pero se siente un poco culpable, no sabe si debería marcharse y devolverme mi antiguo cuarto. Y yo tampoco estoy segura de que quiera eso. Necesito tener mi propio espacio. Incluso he pensado en comprar un estudio o algo así. He ahorrado una buena cantidad de dinero trabajando para John que quizá me valiese como entrada; pero no lo sé. Quizá viaje. Aún no me he decidido.
Son muchos los famosos que acuden al club donde trabajo. Resulta raro estar en el otro lado, observarlos y saberlo todo del mundo en el que viven.

Ahora estoy en el curro. Tengo que llevar una botella de vino muy cara a una mesa. Hay dos hombres cenando juntos, uno es mayor, el otro más joven. Veo que el hombre mayor le pasa disimuladamente y por encima de la mesa una bolsita de plástico al más joven, a quien he visto en la tele presentado un programa infantil. Les llevó el vino y luego busco a mi jefe. En este club las drogas están terminantemente prohibidas

—¡Perdona! —Me doy la vuelta al reconocer el acento estadounidense—. ¿Nos puedes traer una botella de agua, por favor?

Intento no parecer sorprendida al ver a Isla Montagne, sentada en la mesa situada frente a mí, junto a Will Trepper, el actor británico de moda con el que vive ahora.
—Claro. ¿Con o sin gas? —pregunto.
—Sin. —Me mira, entornando los ojos. Yo la ignoró y me doy media vuelta.
—Sé quién eres —dice un poco después, cuando le llevó el agua. 

—¿Ah, sí? —me hago la inocente.
—Sí, ¿no te vi en Londres?
—No —contesto.

—Hum. Pues sé que te conozco de algo.

Le sirvo el agua y le tomo nota. Cuando vuelvo después con la comida se estremece de golpe.

—¡La asistente personal de John Lennon! Eso es, ¿verdad?

Miro alrededor para ver si alguien la ha oído. Como no es así, asiento.

Se recuesta en su asiento, aparentemente muy satisfecha de sí misma.

—¡Lo sabía! ¿Qué haces trabajando aquí? —pregunta mientras mira con recelo mi uniforme blanco y negro.

—Me apetecía cambiar.

Un cliente sentado una mesa más allá me pide la cuenta con señas. Aliviada, me disculpo y vuelvo al trabajo.

Después, cuando el club se ha vaciado y estoy limpiando para el turno de noche, Isla me llama de nuevo a su mesa. Ella y Will llevan haciéndose cariños en una esquina un par de horas.

—Necesito una asistente personal, si te interesa...

—Hum, gracias, pero no se me daba muy bien.
—No te creo.
—¿Por qué no?
—Porque Charlie te envidiaba —contesta y ríe despreocupada. Ya me ha picado la curiosidad.

—¿Qué pasó con Charlie?
—Se marchó a Nueva York para cuidar de su madre por una temporada.

—¿De su madrastra? —Pobre Charlie, tener que hacerse cargo de una malvada alcohólica.

—No, de su madre de verdad. 

—¿Pero no estaba muerta?

—¿De dónde has sacado esa idea?
—Pues no lo sé, la verdad. Entonces ¿la que es alcohólica es su madre?- Isla me mira un tanto confusa.

—No —contesta lentamente—. Su madre se rompió una pierna esquiando el mes pasado. Creo recordar que su madrastra sí tiene un problema con el alcohol, pero casi nunca la ve. La madre se hizo con un montón de dinero cuando se divorció del padre de Charlie hace ya años, por eso es una chica tan malcriada —dice y vuelve a reírse.

—Ah, ya.

—Bueno —añade—, ¿qué te parece? ¿Quieres salir de este lugar y ser mi asistente personal?

Will Trepper me mira con sus brillantes ojos azules. Me siento tentada, pero no tanto.

—Gracias, pero, como ya he dicho antes, no soy muy buena.
Isla pone los ojos en blanco y mira a Will. Él se encoge de hombros.
—Como quieras —dice, y yo me marcho para seguir limpiando mesas.














Ahora si que todo en la vida de Meg dio un giro de 180º :)

CAPITULO 50

—No pasa nada —la tranquiliza Rosa.

Lola me sonríe medio dormida.
—¿Qué tal? ¿No viniste al showcase de anoche?

—No —contesto seca.

—Pues no te preocupes, no te perdiste nada. —Y vuelve a sonreír.

No le devuelvo la sonrisa.

—Bueno, pues... —dice mientras hace ademán de pasar por delante de mí con los cafés— voy a llevarle esto.

Me aparto para que pase.

—¿Quieres que te pida un taxi? —le pregunto cuando por fin recupero el aliento. Quiero que se largue ya.

—No, gracias —contesta agradecida—. John ha dicho que ya me acercaría él. Si me atrevo, claro. —Pone los ojos en blanco y se dirige hacia las escaleras—. Joder, le gusta correr con la moto, ¿verdad? —Es una afirmación más que una pregunta—. Anoche no lo pasé tan mal porque había bebido algo, pero hoy la cosa puede ser distinta. Bueno, nos vemos —dice mirándome de reojo, pero al ver que no contesto, frunce los labios. Contemplo su llegada a lo alto de las escaleras y cómo después intenta abrir la puerta del cuarto de John con las manos ocupadas. Un segundo después la puerta se abre. Oigo reír a John cuando Lola entra.

Miro hacia atrás y veo a Rosa que me observa en silencio. Corro hacia el despacho y cierro la puerta.

Con ella no. Con cualquiera menos con ella. Es perfecta para él. Moderna, con talento... No le va a aguantar ninguna tontería. Él la respeta.

Permanezco sentada en el despacho, conmocionada, durante horas, incapaz de trabajar. A las tres, alguien llama a la puerta. Alzo la vista y veo asomarse a Rosa.

—Hoy tengo que irme antes —dice.

Yo asiento, como ida.

—¿Estás bien, cielo? —Su tono es de preocupación.

No contesto.

Entra en la habitación y cierra la puerta tras de sí. La miro mientras avanza hacia mi escritorio.

—Ven aquí. —Me hace una seña para que me levante y cuando lo hago me abraza con fuerza.

De repente echo de menos a mi madre. A Bess. Echo de menos a todos y a todo lo que tiene que ver con mi anterior vida, con mi verdadero hogar. Lucho contra las lágrimas, pero no logro contenerlas.

—Ya, ya, venga —dice—. Ya está.

—Lo siento —digo entre sollozos.

—¡No te disculpes conmigo! —me regaña.

No me dice que yo tengo la culpa. No me dice que me avisó. Seguramente fue testigo de algo muy parecido con Paola, y seguramente lo vio venir desde lejos, pero ella deja que me desahogue, y hace lo que puede para consolarme. Al final, se aparta.

—Me tengo que ir, cariño. Hoy actúa mi hija en la obra de su colegio. —Claro. —Intento sonreír—. Deséale buena suerte de mi parte.

—Lo haré.

No veo a John esa noche. Imagino que se habrá quedado en casa de Lola y yo lo paso fatal encerrada en su mansión un viernes por la noche, imaginando lo que estarán haciendo mis amigos en Liverpool.

Al día siguiente le oigo llegar, pero me quedo en mi habitación durante horas, pensando. Al final, bajo.

Miro por el cristal; la ciudad se extiende ante mí en una tarde brumosa. Pero no me fijo en las vistas. John está sentado en una de las tumbonas. Su pelo le oculta parte del rostro, pero puedo ver un cigarrillo encendido que baila en sus labios; a su lado, una botella de whisky. Está tocando la guitarra y yo lo contemplo mientras los músculos de sus brazos se tensan con el movimiento. Siento que unas cuerdas invisibles salen de mi estómago, cerca del corazón. Están unidas a él. Y me atraen hacia él, no importa dónde esté. Yo intento romperlas, pero se unen a él de nuevo. Dios, esto es muy duro.

Debo salir de aquí.

Tengo los ojos bañados en lágrimas mientras avanzo decidida hacia el despacho. Llamo al agente de viajes de John y reservo un billete para el próximo vuelvo disponible a Liverpool. Después llamo a Davey y le pido que me recoja a las tres. Mi vuelo sale por la tarde, pero esperaré en el aeropuerto. Cualquier cosa es mejor que quedarse aquí. Además sé que quizá cambie de opinión si me quedo más tiempo.

Tomo la maleta del armario del cuarto de la lavadora y la subo a mi dormitorio. Saco la ropa de los armarios, sin apenas molestarme en doblarla antes de meterla en la maleta. Veo de reojo la oveja que John me compró en los Dales. Está sobre una estantería en el armario abierto, observándome mientras hago el equipaje. Cuando por fin lleno la maleta, me incorporo y miro fijamente al juguete.

No, ni hablar, y me inclino para cerrar la cremallera. Que se quede donde está. Me imagino a John entrando en mi cuarto; abre el armario y el corazón le da un vuelco al darse cuenta de que me he ido.

Lo más seguro es que Rosa o Sandy, la asistenta, lo encuentren y lo tiren a la basura, pero mi fantasía me gusta más.

Garabateo una nota para Rosa, es difícil encontrar las palabras justas.

«Me tengo que ir. Lo siento mucho, pero ya sabes cuál es la razón. Disfruté trabajando contigo y te echaré de menos. Les deseo a ti y a tu familia lo mejor. Por favor, da recuerdos a Lewis, Samuel, Ted y Sandy...»

La dejo en la cocina, detrás de la tostadora. John no la verá, pero Rosa sí, en cuanto vuelva el lunes.

Con la maleta a un lado, echo un vistazo por la ventana. John ya no está en la tumbona. Miro alrededor, pero no lo veo. Bueno, quizá sea lo mejor.

Suena el videoportero. Es para mí.

Mientras Davey atraviesa las puertas, veo una camioneta verde que me resulta familiar.

¡Santiago! Me había olvidado de él.

—¡Para! —le digo a Davey y salto del coche.

—Hola, Meg —me saluda Santiago.

—Santiago, me marcho.

—¿Que te vas? ¿Por qué? —me pregunta sorprendido.

—No ha funcionado —le digo.

—Vaya, lo siento mucho. ¿Y con quién voy yo a charlar ahora los sábados?

—Pues en lugar de charlar tendrás que trabajar. —Sonrío y él me devuelve la sonrisa.

Tomo el bolígrafo de su carpeta y escribo mi dirección en un trozo de cartón viejo. Lleva la camioneta llena de envoltorios de comida basura.

—¡Escríbeme! —Y le paso el cartón.

Se encoge de hombros.

Me río.

—Es gratis, ¿lo sabes, no?

—Vale, ya veré qué hago —Pero el instinto me dice que no volveré a saber de él.

De repente escucho un rugido procedente del interior de la finca. Apenas puedo respirar al ver aparecer a John en su moto. El metal negro brilla con la luz del sol.

—Hasta luego. —Santiago arquea una ceja y luego mira a John antes de entrar con su furgoneta en el jardín.

John levanta el visor de su casco.

—¿Adónde vas?

—Me marcho, John. —Procuro mantener la voz calmada.

—¿Qué? ¿Así, sin más?

—Así, sin más.

Nos miramos a los ojos durante un momento, ninguno de los dos dice nada. Recuerdo que Davey me espera dentro del coche.

John asiente.

—Pues, esta bien —dice en tono cortante.

Baja el visor y acelera la moto, la rueda de atrás derrapa en la gravilla y deja tras de sí una estela de polvo.

No sé qué esperaba. ¿Que intentara detenerme, que me suplicara, que admitiera que había cometido un error?

Pero no, al final es él quien corta las cuerdas.

Después, en el avión, miro por la ventana e intento no llorar. Solo he durado seis meses en el trabajo, todavía menos que Paola, y ahora vuelvo a casa como una fracasada.

La tristeza me invade, silenciosa y aplastante. Cruzo los brazos sobre el pecho y aprieto con fuerza, para ahogar el dolor. No funciona. Siento que me comprime y sé que nadie puede aliviar esa presión. Lo que me pasó con John no lo puedo hablar con nadie. Aparte de él, Paul es la única persona que sabe lo nuestro, y eso me hace sentir insoportable y terriblemente sola.












¿Ustedes se habrían ido en esta situación? :)

CAPITULO 49

Al día siguiente llevo a Paul al aeropuerto, solo para salir de la casa. No hablamos sobre lo que ocurrió anoche. De hecho, apenas decimos nada, cuando vuelvo, encuentro a John sentado en la mesa de la terraza, junto la piscina, contemplando el paisaje.

Se sobresalta al verme.
—Creía que te habías ido —dice con voz monótona. Su rostro es inexpresivo.

—¿Ah, sí? ¿Con el Porsche, quieres decir? —me río, extrañamente divertida. John estudia mi expresión antes de preguntar.
—¿Y Paul?

—Oh, él sí, se ha ido —contesto como quien no quiere la cosa—. Pero yo sigo aquí. —Me siento frente a él y me pongo las gafas a modo de diadema—. ¿Lo pasaste bien anoche?

—¿Estás bien, Meg? —Me mira inquisitivo.

—Pues no. —Mi voz suena alegre—. Pero lo superaré. Bueno, ¿te apetece comer algo? ¡Yo me muero de hambre!

—No..., gracias... —Me mira como si me hubieran salido unos cuernos verdes y me estuviera dando de cabezazos contra la mesa.

—Esta bien. —Me levanto y entro en la casa.

Sigo fingiendo total indiferencia durante unos días más, y me dedico a lo mío como si jamás me hubiera acostado con una estrella del rock. Por fin, el miércoles, John se derrumba.

—Meg, ¿quieres dejarlo ya? Me estoy volviendo loco.

Ha entrado en el despacho para ver a qué hora tiene que reunirse con su discográfica.

—¿Qué te está volviendo loco? —Alzo la vista y le pregunto con tranquilidad.

—Esto. —Agita las manos en el aire—. Tú. Deja de actuar como si no hubiera pasado nada.

—¿Qué quieres que haga, John? ¿Gritar? ¿Llorar? ¿Dejar el trabajo? — enfatizo las últimas palabras.

Sale de la habitación y yo sigo a lo mío, sintiéndome extrañamente satisfecha.

Horas después vuelve a entrar.

—¿La reunión bien? —pregunto.

—Sí —contesta distraído—. ¿Qué te dijo Paul? —pregunta, frunciendo el ceño.

—¿Qué quieres decir?

—Ya sabes lo que quiero decir.

Me río entre dientes.

—La verdad es que no. Tendrás que ser más claro.

—¡Olvídalo! —Y sale a zancadas de la habitación.

Vaya, estoy disfrutando con esto.

Al día siguiente vuelve a entrar en el despacho.

—¿Tienes el número de esa tal Kitty?

El corazón me da un vuelco, pero intento disimular.

—Claro.

Lo encuentro y se lo apunto en la parte de atrás de una tarjeta de visita. Como no le pregunto para qué lo quiere, me informa él mismo.

—Está buena. He pensado en llevarla al showcase de esta noche.

¡Cretino! Quiero gritar.

—Creo que ella también iba a ir —digo desmontándole el teatro—. Con su novio —añado, con la esperanza de que no se me note el enojo.

Mira el número.

—Vaya —dice caminando hacia la puerta.

Yo sigo escribiendo, intentando controlar el enfado.

—¡Por amor de Dios! —exclama, dando media vuelta y apoyándose contra el marco de la puerta, luego tira la tarjeta a la papelera.

—¿Qué ocurre? —pregunto.

Se pasa las manos por el pelo y me mira antes de derrumbarse sobre la silla negra que hay junto a mi escritorio.
Hago girar la mía para estar frente a él. Se inclina hacia delante y apoya los brazos sobre sus muslos sin dejar de mirarme.

—Mi padre me llamó la semana pasada —dice.

—¿Qué? —Ahora tiene la reacción que esperaba—. Creía que tu padre estaba muerto.

—No —dice.

—¿Qué te dijo?

John se encoge de hombros y mira al suelo. Yo espero, pacientemente. No pienso seguirle el juego, si me lo quiere contar, que me lo cuente.

Parece incómodo.

—Ha conocido a una mujer. Se quiere casar.

—Oh, vaya —digo, intrigada.

—Quiere más dinero —añade con cierta amargura.

—Hum... ¿se lo vas a dar?

—Sí —contesta—, tengo de sobra.

Asiento con la cabeza.

—Sí. ¿Te pide dinero con frecuencia?

Se recuesta sobre el respaldo de la silla y apoya un pie sobre la rodilla contraria.

—No lo necesita. Le paso una cantidad todos los meses. Tiene su casa...

—¿Que tú le compraste?

—Sí.

Considerando que su padre era un sinvergüenza y un impresentable, siempre supuse que John no querría saber nada de él.

—Pareces sorprendida —dice. 

—Es que lo estoy —contesto. 

—¿Por qué?

Respiro hondo.

—No te entiendo, John Lennon. Eres tan... impredecible.

Arquea una ceja.
—Nunca me habían dicho eso.

Guardo silencio y lo miro tranquila a los ojos. Se acerca y me acaricia una pierna. Yo me aparto.

—No hagas eso —le aviso. Me mira con ojos tristes.

—Lo siento, Meg. Ahora me he quedado sin palabras.

—Paul tenía razón, ¿sabes? —prosigue.

—¿Acerca de qué? —pregunto con desconfianza. Se inclina de nuevo y me toma de la mano. Estoy tan alucinada con la disculpa que no digo nada.

—No quiero que te vayas. —La adrenalina invade mis venas—. Ven aquí. — Intenta atraerme, pero yo me suelto la mano.

—¡No, John, no!

Me acaricia la pierna de nuevo, luego el brazo y después el cuello.

—Para... —digo con menos convicción.

—Te necesito —dice sin apartar los ojos de mis labios.

Yo aguanto la respiración, incapaz de resistir más mientras él se inclina para besarme.

—Vamos arriba —dice, tirando de mí para que me ponga en pie.

Después, mientras estoy tumbada entre sus brazos y él me acaricia la espalda desnuda con sus ásperos dedos, intento no pensar en lo que ocurrió en esa misma cama hace solo unos días. Me incorporo sobre los codos y le sonrío.
Te quiero, John Lennon. Me da igual lo difícil que me lo pongas.

—Yo también te necesito, ¿sabes? —le digo.

Y entonces algo cambia en su rostro. Es como si se hubiese puesto una máscara.

—¿Qué ocurre? —pregunto.

—Nada. —Parece molesto—. Lo mejor será que me vaya preparando —dice al tiempo que sale de la cama.

—¿Prepararte para qué? —no entiendo nada. 

—Para salir...

—Ah, así que vas a ir.

—Claro. —Camina hacia el cuarto de baño—. No molestes a Davey, tomare la moto.

Tampoco me molesto en preguntarle si quiere que lo acompañe. Conozco esa mirada. De nuevo me está apartando y eso me llena de tristeza.

No lo oigo volver esa noche. Muerta de preocupación, lo comento con Samuel.

—Debe de estar en la cama —contesta—. Volvió a las dos de la mañana.

—¿Ah sí? —Estoy alucinada.

Pues no hizo apenas ruido cuando volvió. Quizá me preocupé sin necesidad. Entro en el despacho y sigo con mi trabajo. A eso de las once, oigo pisadas por la casa que se dirigen a la cocina.

Ahí está, pienso. Cuando no viene a saludarme después de unos minutos, decido ir en su busca.

Al acercarme a la cocina, tengo la sensación de que me muevo a cámara lenta. La persona que está en la cocina no es John, sino una chica. Y reconozco su voz al instante.

Me detengo en la puerta y veo que Rosa deja dos tazas de café sobre la mesa.

—Gracias —dice Lola mientras toma las dos tazas. Luego da media vuelta, me ve y derrama un poco de café. Lleva una de las camisas de John. Le llega hasta los muslos—. ¡Meg! —se ríe—. No te había visto. Perdona, Rosa —se disculpa cuando la cocinera se agacha con una esponja para limpiar el suelo.














Se necesitan y aun así aparece Lola... ¿quien entiende a este hombre? hahahaha :D