domingo, 28 de diciembre de 2014

CAPITULO 49

Al día siguiente llevo a Paul al aeropuerto, solo para salir de la casa. No hablamos sobre lo que ocurrió anoche. De hecho, apenas decimos nada, cuando vuelvo, encuentro a John sentado en la mesa de la terraza, junto la piscina, contemplando el paisaje.

Se sobresalta al verme.
—Creía que te habías ido —dice con voz monótona. Su rostro es inexpresivo.

—¿Ah, sí? ¿Con el Porsche, quieres decir? —me río, extrañamente divertida. John estudia mi expresión antes de preguntar.
—¿Y Paul?

—Oh, él sí, se ha ido —contesto como quien no quiere la cosa—. Pero yo sigo aquí. —Me siento frente a él y me pongo las gafas a modo de diadema—. ¿Lo pasaste bien anoche?

—¿Estás bien, Meg? —Me mira inquisitivo.

—Pues no. —Mi voz suena alegre—. Pero lo superaré. Bueno, ¿te apetece comer algo? ¡Yo me muero de hambre!

—No..., gracias... —Me mira como si me hubieran salido unos cuernos verdes y me estuviera dando de cabezazos contra la mesa.

—Esta bien. —Me levanto y entro en la casa.

Sigo fingiendo total indiferencia durante unos días más, y me dedico a lo mío como si jamás me hubiera acostado con una estrella del rock. Por fin, el miércoles, John se derrumba.

—Meg, ¿quieres dejarlo ya? Me estoy volviendo loco.

Ha entrado en el despacho para ver a qué hora tiene que reunirse con su discográfica.

—¿Qué te está volviendo loco? —Alzo la vista y le pregunto con tranquilidad.

—Esto. —Agita las manos en el aire—. Tú. Deja de actuar como si no hubiera pasado nada.

—¿Qué quieres que haga, John? ¿Gritar? ¿Llorar? ¿Dejar el trabajo? — enfatizo las últimas palabras.

Sale de la habitación y yo sigo a lo mío, sintiéndome extrañamente satisfecha.

Horas después vuelve a entrar.

—¿La reunión bien? —pregunto.

—Sí —contesta distraído—. ¿Qué te dijo Paul? —pregunta, frunciendo el ceño.

—¿Qué quieres decir?

—Ya sabes lo que quiero decir.

Me río entre dientes.

—La verdad es que no. Tendrás que ser más claro.

—¡Olvídalo! —Y sale a zancadas de la habitación.

Vaya, estoy disfrutando con esto.

Al día siguiente vuelve a entrar en el despacho.

—¿Tienes el número de esa tal Kitty?

El corazón me da un vuelco, pero intento disimular.

—Claro.

Lo encuentro y se lo apunto en la parte de atrás de una tarjeta de visita. Como no le pregunto para qué lo quiere, me informa él mismo.

—Está buena. He pensado en llevarla al showcase de esta noche.

¡Cretino! Quiero gritar.

—Creo que ella también iba a ir —digo desmontándole el teatro—. Con su novio —añado, con la esperanza de que no se me note el enojo.

Mira el número.

—Vaya —dice caminando hacia la puerta.

Yo sigo escribiendo, intentando controlar el enfado.

—¡Por amor de Dios! —exclama, dando media vuelta y apoyándose contra el marco de la puerta, luego tira la tarjeta a la papelera.

—¿Qué ocurre? —pregunto.

Se pasa las manos por el pelo y me mira antes de derrumbarse sobre la silla negra que hay junto a mi escritorio.
Hago girar la mía para estar frente a él. Se inclina hacia delante y apoya los brazos sobre sus muslos sin dejar de mirarme.

—Mi padre me llamó la semana pasada —dice.

—¿Qué? —Ahora tiene la reacción que esperaba—. Creía que tu padre estaba muerto.

—No —dice.

—¿Qué te dijo?

John se encoge de hombros y mira al suelo. Yo espero, pacientemente. No pienso seguirle el juego, si me lo quiere contar, que me lo cuente.

Parece incómodo.

—Ha conocido a una mujer. Se quiere casar.

—Oh, vaya —digo, intrigada.

—Quiere más dinero —añade con cierta amargura.

—Hum... ¿se lo vas a dar?

—Sí —contesta—, tengo de sobra.

Asiento con la cabeza.

—Sí. ¿Te pide dinero con frecuencia?

Se recuesta sobre el respaldo de la silla y apoya un pie sobre la rodilla contraria.

—No lo necesita. Le paso una cantidad todos los meses. Tiene su casa...

—¿Que tú le compraste?

—Sí.

Considerando que su padre era un sinvergüenza y un impresentable, siempre supuse que John no querría saber nada de él.

—Pareces sorprendida —dice. 

—Es que lo estoy —contesto. 

—¿Por qué?

Respiro hondo.

—No te entiendo, John Lennon. Eres tan... impredecible.

Arquea una ceja.
—Nunca me habían dicho eso.

Guardo silencio y lo miro tranquila a los ojos. Se acerca y me acaricia una pierna. Yo me aparto.

—No hagas eso —le aviso. Me mira con ojos tristes.

—Lo siento, Meg. Ahora me he quedado sin palabras.

—Paul tenía razón, ¿sabes? —prosigue.

—¿Acerca de qué? —pregunto con desconfianza. Se inclina de nuevo y me toma de la mano. Estoy tan alucinada con la disculpa que no digo nada.

—No quiero que te vayas. —La adrenalina invade mis venas—. Ven aquí. — Intenta atraerme, pero yo me suelto la mano.

—¡No, John, no!

Me acaricia la pierna de nuevo, luego el brazo y después el cuello.

—Para... —digo con menos convicción.

—Te necesito —dice sin apartar los ojos de mis labios.

Yo aguanto la respiración, incapaz de resistir más mientras él se inclina para besarme.

—Vamos arriba —dice, tirando de mí para que me ponga en pie.

Después, mientras estoy tumbada entre sus brazos y él me acaricia la espalda desnuda con sus ásperos dedos, intento no pensar en lo que ocurrió en esa misma cama hace solo unos días. Me incorporo sobre los codos y le sonrío.
Te quiero, John Lennon. Me da igual lo difícil que me lo pongas.

—Yo también te necesito, ¿sabes? —le digo.

Y entonces algo cambia en su rostro. Es como si se hubiese puesto una máscara.

—¿Qué ocurre? —pregunto.

—Nada. —Parece molesto—. Lo mejor será que me vaya preparando —dice al tiempo que sale de la cama.

—¿Prepararte para qué? —no entiendo nada. 

—Para salir...

—Ah, así que vas a ir.

—Claro. —Camina hacia el cuarto de baño—. No molestes a Davey, tomare la moto.

Tampoco me molesto en preguntarle si quiere que lo acompañe. Conozco esa mirada. De nuevo me está apartando y eso me llena de tristeza.

No lo oigo volver esa noche. Muerta de preocupación, lo comento con Samuel.

—Debe de estar en la cama —contesta—. Volvió a las dos de la mañana.

—¿Ah sí? —Estoy alucinada.

Pues no hizo apenas ruido cuando volvió. Quizá me preocupé sin necesidad. Entro en el despacho y sigo con mi trabajo. A eso de las once, oigo pisadas por la casa que se dirigen a la cocina.

Ahí está, pienso. Cuando no viene a saludarme después de unos minutos, decido ir en su busca.

Al acercarme a la cocina, tengo la sensación de que me muevo a cámara lenta. La persona que está en la cocina no es John, sino una chica. Y reconozco su voz al instante.

Me detengo en la puerta y veo que Rosa deja dos tazas de café sobre la mesa.

—Gracias —dice Lola mientras toma las dos tazas. Luego da media vuelta, me ve y derrama un poco de café. Lleva una de las camisas de John. Le llega hasta los muslos—. ¡Meg! —se ríe—. No te había visto. Perdona, Rosa —se disculpa cuando la cocinera se agacha con una esponja para limpiar el suelo.














Se necesitan y aun así aparece Lola... ¿quien entiende a este hombre? hahahaha :D

3 comentarios:

  1. Ay noooo John, es imposible. No puedo creer como Meg sigue ahí! sin haber seguido a Paul, que fue tan hermoso! jajaja faltaba alguien que la defendiera así. Y lennon... lo odio/amo, impresionantemente, necesito leer mas! porfavor sube pronto! si yo pudiese estar al lado de Meg, voy y le pego a esa lola XD jajajaaj

    Un abrazo :3

    ResponderEliminar
  2. tienes que subir por favor.... tienes que hacerlo D:.c hijo de la fredadga :c---


    por favor!!!!! sube ya , sube hoy :p
    cuidate mucho y saludos ;)

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. No se que paso con la otra parte de mi comentario e.e
      pero habia dicho que me gustaria mucho que Meg le pagara con la misma moneda a John, ojala lo haga >:c :3 bueno ahora si me voy, y ojala John se le quite la estupidez yreconosca que ama a Meg >.c

      Eliminar