Como predije, el juez sentencia a John a pasar seis semanas en una clínica de desintoxicación. La historia sale en toda la prensa y no puedo ir a ningún lugar sin escuchar o ver algo sobre John Lennon.
Se metió en un lío mayor por no respetar los términos de su fianza y salir de la ciudad por un par de días. El juez no fue severo con él gracias a que su padre, precisamente su padre, declaró que había estado muy enfermo y que John acudió a verlo aterrado.
Nadie sabe que fue a mí a quien vino a ver.
No le he dicho a Bess nada de la visita de John. Y no le he dicho a Paul que me besó. Intento no hablar del tema ni pensar en él. Pero lo último es más complicado de lo que parece.
Por la noche, recuerdo sus palabras: «Volveré por ti».
No vendrá por mí. No lo hará. Estaba borracho. Estaba enfadado. Fue una reacción extrema ante una situación que no podía controlar.
«Te quiero...»
No lo decía de verdad.
El trabajo comienza a cansarme. Necesito un nuevo reto, pero aún no sé qué quiero hacer. Todavía no estoy lista para ser la asistente personal de nadie. Y sigo pensando en viajar. Paul se enfada cuando saco el tema.
—De viajar nada.
—¿Por qué no? —pregunto.
—Porque te echaría de menos.
—¡Pues ven conmigo!
—No puedo.
—¿Por qué no?
—Tengo que trabajar.
Y no miente. Todo el mundo quedo encantado con el nuevo álbum y gracias a la detención de John la mayor parte del trabajo quedo en sus manos.
El día que John sale de la clínica, lo paso pegada a la televisión, como el resto de los mortales.
Lo veo salir del centro con sus gafas de sol como una auténtica estrella del rock. Sube a un coche, que reconozco como el de Davey. Siento un pinchazo mientras contemplo como se aleja.
Paul ha decidido que será mejor charlar con él sobre su experiencia en la clínica por teléfono y no en persona. Con todo lo que ha pasado, todavía es demasiado pronto. Probablemente tenga razón.
Ponen de nuevo las imágenes de John saliendo del centro. Un periodista las comenta como si fuera un experto y supiera por lo que está pasando.
Cruzo los brazos sobre el pecho. Espero que se encuentre bien.
Paul está arriba, viendo las imágenes en su despacho.
Yo necesito paz y tranquilidad para pensar. Suena el teléfono y me sobresalta.
—¿Sí?
—Meg, soy Bess. ¿Lo estás viendo?
—Sí. —Miro de reojo la tele.
—¿Qué tal estás?
—Bien, creo.
—¿Crees que le durará? —pregunta.
—Lo dudo. Volverá a las andadas en poco tiempo.
—Menuda publicidad para su nuevo álbum, ¿eh?
—Desde luego.
Hace semanas que no dejan de reproducir el nuevo sencillo de la banda en la radio. Van a ir directo al número uno.
—Bueno, solo quería comprobar que estás bien —dice Bess.
—Gracias. Lo estoy —le contesto.
Pero conforme pasan los días, me siento cada vez más angustiada.
Paul no para de preguntarme en qué pienso y por qué estoy tan callada y tengo que mentirle y decirle que me duele el estómago, o que tengo la regla, o cosas así. Generalmente se lo suele creer, pero luego tengo que hacerle más cariños para que se quede tranquilo.
¿Quiero que John vuelva a por mí? Soy feliz con Paul. ¿Quiero volver a la contusión de antes?
Pero ya estoy confusa. Siempre estoy confusa. No lo puedo evitar, por lo menos de momento.
Me maquillo todos los días, por si acaso. Soy una idiota, lo sé, pero quiero estar guapa por si vuelve. Para luego decirle que no.
Una tarde llego a casa después del turno de mañana. Tras pasar por las estrechas puertas de la calle saco las llaves, me detengo frente a la puerta y allí está. De pie, en una esquina, a mis espaldas, donde nadie lo puede ver desde la calle.
—¡Mierda! —grito—. ¡Qué susto me has dado!
—¡Shh! —dice, acercándose lentamente—. ¿Puedo pasar?
Me doy cuenta de inmediato de que está sobrio. Yo, bastante aturdida. Pasa detrás de mí.
—Paul no está —digo, mientras lo conduzco hasta la cocina.
—Ya lo sé —contesta—. Lo he llamado antes.
—Oh. ¿Quieres un té, un café? —pregunto, esperando que me pida un whisky en su lugar.
—Un té, gracias.
—¿Entonces ha funcionado?
—¿La desintoxicación? —pregunta—. Sí.
—¿No vas a volver a caer?
—Espero que no —dice—. Pero hay que ir día a día.
Asiento y me doy la vuelta para tomar un par de tazas.
—Gracias —dice cuando le ofrezco su té. Después se dispone a beber, aunque algo indeciso.
Lo observo.
—¿Qué haces aquí, John? —pregunto por fin.
—Te dije que vendría por ti.
El corazón me late tan fuerte que tengo miedo de que me desgarre los tímpanos.
—Ya te lo dije, estoy con Paul.
—Ya lo sé —contesta como si nada. Lo miro frustrada.
—Sabes que jamás funcionaría ¿no?
—¿Por qué no?
—No somos compatibles —le digo—. Lola es más tu tipo. —Y le lanzo una mirada cargada de intención.
—No, no es cierto —contesta.
—¿Qué ha pasado con ella? —no puedo resistirme a preguntar.
—Después de aquella noche, nada más. —Deja la taza sobre la encimera. No sé si creerlo o no. Mi lado más loco lo está deseando.
Pero recuerdo bien aquella noche. Y a todas las mujeres que hubo antes que yo, y las que hubo después. Siempre me preguntaría si me compara con las otras... si estoy a la altura..., no creo que pudiera soportarlo.
¿Y será capaz de ser fiel? Me gustaría creer que sí, que conmigo tendría bastante, pero no lo consigo, y el recuerdo de Lola y de todas las otras chicas sigue fresco en mi memoria. No lo puedo remediar.
—¿Qué quieres? —pregunto de nuevo—. Sé más específico esta vez.
—Quiero que vuelvas a Londres conmigo. —Se cruza de brazos.
—No puedo volver a Londres contigo.
—¿Por qué no?
—¡No quiero volver a ser tu asistente personal! —le contesto, alzando la voz.
—Yo tampoco quiero que seas mi asistente. Tengo una que trabaja muy bien, gracias.
Lo miro sorprendida.
—¿Pues qué quieres entonces?
—Quiero que vuelvas a Londres como mi novia, Meg. Ven a vivir conmigo.
La cabeza se me llena de imágenes. Alfombras rojas, cochazos... Todo lo que una pueda querer.
Salvo Paul. Y yo quiero a Paul.
Es un buen hombre. El tipo de hombre que siempre me ha atraído... al menos hasta que conocí a John. Pero sigo siendo la misma persona que era entonces. A pesar del mundo en el que he vivido, el alcohol, las drogas, el sexo... No he cambiado. Ni tampoco Paul.
Lo quiero. Lo quiero de verdad.
—No puedo. —Me doy la vuelta para mirar a John, decidida.
Asiente.
—Solo quiero que pienses en ello.
De alguna manera sus palabras me tranquilizan, qué extraño. Suspiro.
—Está bien.
—Genial. —Toma su taza de nuevo.
—Pareces cambiado —digo con cautela.
—He cambiado.
—Pero sigue sin importarte quitarle la novia a tu mejor amigo.
—Claro que me importa —contesta sin inmutarse—. Nunca me gustó pero tú fuiste mi chica primero.
Me mira a los ojos con calma. Dios sabrá por qué, estoy muy tranquila
—Me gusta el nuevo sencillo —digo, intentando relajar algo la tensión.
—Gracias. Espero que el siguiente te guste más.
—¿Por qué? —pregunto intrigada.
—Lo escribí para ti. Lo miro incrédula.
—¿Para mí? ¿Cuándo?
—En los Dales. La empecé allí —dice—. La terminé al volver. Es el segundo sencillo del disco nuevo.
Estoy alucinada.
—¿Cuándo sale?
—Dentro de unos meses —dice—. Pero lo podrías escuchar mañana si vienes conmigo a Londres.
—No voy a volver contigo a Londres —le repito—. ¿ Te vas a quedar un rato? —le pregunto mirando mi uniforme—. Me gustaría cambiarme.
—Claro —dice.
Subo al piso de arriba y entro en mi cuarto. No me puedo concentrar. La cabeza me va a explotar.
Saco unos vaqueros y una camiseta del armario. Me estoy poniendo la camiseta cuando oigo un ruido detrás de mí.
—John, ¿qué haces aquí arriba? —exclamo, tapándome el pecho con la camiseta.
—¿No duermes en el cuarto de Paul? —pregunta mirándome incrédulo.
—Sí —contesto—. Pero la ropa la tengo aquí.
Avanza hacia mí.
—No —le digo.
Se acerca, me mira con intensidad.
—No —repito y le pongo una mano en el pecho para que no siga avanzando. Las rodillas me tiemblan.
Da otro paso, y mi mano se hunde en su pecho. Estoy paralizada, casi no puedo respirar. Y entonces me besa.
Ya no tengo fuerza de voluntad. Le devuelvo el beso.
Aparta la camiseta de mí, me acaricia el pecho, pasa las manos por mi espalda... Sus caricias se hacen más urgentes, más apasionadas, y me empuja hacia la cama mientras me besa el cuello. Le desabrocho los pantalones, Paul es alguien lejano. Ahora mismo solo puedo pensar en John.
Soy adicta a él y no hay clínica en el mundo que me pueda curar.
Después permanezco tumbada en la cama, a su lado, una fina película de sudor me cubre el cuerpo. Miro al techo, a la lámpara de cristal verde que Paul me compró hace unas semanas.
Y me siento fatal.
Dios, ¿qué he hecho?
Me levanto y me visto. John se incorpora sobre un codo y mi observa. Yo no quiero ni mirarlo.
—Será mejor que te vayas —le digo una vez vestida.
—Meg... —dice con ternura.
—Tienes que irte —repito con más firmeza—. Paul esta por volver pronto. Se derrumba sobre la cama y me mira entristecido.
—¿Entonces no vienes conmigo a Londres?
Me vuelvo hacia John y niego con la cabeza, lentamente.
—No puedo. No puedo hacerle eso.
—¿Y yo qué? —pregunta.
—¿Y tú qué? Tú estarás bien —le contesto—. Como siempre.
Se levanta de la cama.
—Te doy tres meses —dice mientras se abrocha los vaqueros.
—¿Tres meses? —lo miro perpleja.
—Te esperaré ese tiempo.
Se me forma un nudo en la garganta y lucho por no llorar.
—Pero nada más, Nutmeg. Después se acabó.
—Esta bien —contesto—. Esta bien.
Y bien chicas hemos llegado al capitulo 60, espero que en verdad les haya gustado esta historia ya que es una de mis favoritas. Como lo dije desde el primer capitulo esta no es una historia original mía, esta es una adaptación de una novela llamada "Johnny Be Good" de mi escritora favorita Paige Toon, aunque la adaptación si es por parte mía :)
En verdad muchas muchas gracias por leer esta historia hasta el final :')
PD: Existe una publicación mas :D